Actualizado 13/05/2008 02:00

Andrés Aberasturi.- Hay cosas imposibles

MADRID 13 May. (OTR/PRESS) -

No me voy a sumar ni aun desde la nimiedad de esta columna al coro de los que claman contra Rajoy desde dentro. Es más: creo que don Mariano es un buen hombre, con sentido del humor, honrado, cabal y con las ideas más o menos claras. La pregunta pues es si esto resulta suficiente para liderar un partido. Y seguramente la respuesta es que sí pero* pero a condición de que todas esas cualidades se hagan ver, sean evidentes y brillen en los momentos decisivos.

Es muy posible que en el plazo de unas horas -tal vez ya haya ocurrido- la tormenta levantada por María San Gil al renunciar a firmar la ponencia política que tenía que elaborar -y de hecho ya estaba prácticamente concluida- junto a José Manuel Soria y Alicia Sánchez Camacho, haya concluido en algún tipo de acuerdo y las aguas hayan vuelto a su cauce y las opiniones sobre los nacionalismos sean más beligerantes que en la redacción que San Gil se niega a firmar y más aun cuando esa ponencia se ha filtrado a los medios no se sabe por quién aunque se supone. Decía un capitoste del PP que tanto Manuel Soria (que gobierna en Canarias con Coalición) como San Gil (que no sufre el gobierno de los nacionalistas en Euskadi) eran dos referentes de gran valía para el partido. Y no lo voy a negar, pero habrá que reconocer que, tal vez, una más que otro, dejémonos de cuentos e idealismos.

¿Pero por qué he empezado hablando de Rajoy? Pues porque algunos medios calificaban el abandono de Maria como "por sorpresa", casi parecía una rabieta de última hora. Y no es así. Al parecer ya el pasado miércoles, la presidenta del PP vasco advirtió a Rajoy por teléfono que la ponencia no iba por buen camino en el tema de las relaciones con los nacionalismos. Y también al parecer Rajoy le dio la razón y dijo opinar lo mismo que ella. Pasaban las horas y nada pasaba. La llamada se repitió unos días después y otra vez Rajoy apoyo las tesis de María San Gil para, otra vez, no mover un dedo. Luego la ponencia llegó a la prensa y San Gil al cabreo. El resto se empezó a cocer a toda prisa.

No me quejo de que Rajoy no intervenga en la ponencia política sino de que, al menos por dos veces, le diga a San Gil que tiene razón para luego no hacer nada cuando aun podía y que esperase a que la tormenta estallara para empezar a buscar paraguas y pararrayos. ¿No hubiera sido más coherente cerrar el tema antes? O bien le dice a Maria en la primera llamada: esto es lo que hay, si te gusta bien y si no, lo discutes en Valencia, o bien llama a los tres ponentes esa misma tarde y se habla en su despacho hasta llegar a un texto que satisfaga a todos.

Lo que debe entender Rajoy -y lo escribo con todo el cariño del mundo- es que para liderar un partido hay que tomar decisiones por muy difíciles que resulten. Rajoy encabeza un proyecto en el que creen diez millones de españoles y no una pandilla de gentes cercanas y seguramente muy buenas y muy amigas pero a las que hay que despachar con todo el agradecimiento del mundo en un momento determinado. Si eso le cuesta, puede montar un club de fumadores de puros, una asociación de amigos del dominó o la liga anti-helicópteros, pero desde luego no un partido político. Por resumir y dejarlo claro: puede dar la razón a Maria San Gil o puede quitársela, pero lo que resulta incluso gallegamente imposible, es hacer las dos cosas a la vez.

Andrés Aberasturi.

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