MADRID 17 Ene. (OTR/PRESS) -
Rajoy tiró por la calle del medio y se quitó de encima las aspiraciones de Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, máximos exponentes del PP madrileño. Querían convertirse en diputados del Congreso por la misma razón: estar en posición de salida para sustituir a Mariano Rajoy al frente del partido en el caso de derrota electoral en las urnas del 9 de marzo. Es tan crudo como eso, no vale la pena andar con rodeos. El nivel de agresividad mutua alcanzado en la reyerta Gallardón-Aguirre solo se explica por el íntimo convencimiento que ambos tienen de que, efectivamente, Rajoy va a perder las elecciones del 9 de marzo. De otro modo no hubiera tenido sentido forzar tanto la situación. Hasta el punto de poner al presidente del PP entre la espada y la pared, como hizo Esperanza Aguirre a última hora por no ser menos que el alcalde. Es decir, entrar ella también en las lista de Madrid para el Congreso, previa dimisión como presidenta de la Comunidad, si el jefe seguía empeñado en colocar a Gallardón. Fue un órdago en toda regla al presidente del PP. Con el salomónico gesto de autoridad de Rajoy -ni uno ni otro, tarjeta roja a los dos-, Esperanza Aguirre se sale con la suya. Ya ha conseguido evitar que Gallardón le ganase la posición en la batalla sucesoria. Es lo que quería. Pero ha hecho un mal servicio a su partido. Primero, porque ha puesto a los pies de los caballos la autoridad de su presidente. Segundo, porque ha reforzado la idea de la derechización del PP (la facturación electoral de Gallardón entre los votantes de centro es más alta que la de Aguirre). Y tercero, porque su predisposición a abandonar la presidencia de la Comunidad a cambio de un puesto en el Congreso es una bofetada a sus electores madrileños cuando apenas han transcurrido ocho meses desde su investidura.
Huelga señalar que viene en los manuales la tendencia de los electores a castigar a los partidos políticos que distraen sus energías en querellas intestinas. Véase, sin ir más lejos, los costes de la división interna que han tenido que afrontar los socialistas madrileños a lo largo de estos últimos veinte años. Por tanto, no es aventurado suponer que la reyerta Gallardón-Aguirre pasará factura al PP en las urnas de las próximas elecciones generales.
Pero lo peor de todo este asunto es el mensaje que los dos principales dirigentes madrileños del PP transmiten a la militancia del partido y, por supuesto, a los electores. Ninguno de los dos, ni Gallardón ni Aguirre, creen en la victoria de Mariano Rajoy. De otro modo, nunca se hubieran enzarzado en esta obscena pugna por la "pole position".
Antonio Casado.