MADRID 7 Ago. (OTR/PRESS) -
Cada vez que un juez español se pone a hacer justicia mundial, lo primero que se me ocurre pensar, debo admitirlo, es ¡vaya por Dios!, como si no tuvieran bastante trabajo sin salir de casa, con la de tarea pendiente y la de chapuzas por remediar que tenemos aquí. Creo que es un pensamiento legítimo, aunque egoísta. El atasco de la administración de Justicia española tiene mucho de falta de medios humanos y materiales, pero también algo de falta de celo de algunos magistrados en cuyos juzgados se eternizan los asuntos por pura desidia profesional, sin que el Consejo del Poder Judicial se de por enterado más que cuando ya es tarde, como ocurrió en el caso de la niña Mari Luz. Que los jueces, que cobran a jornada completa de nuestros impuestos, trabajen también a jornada completa, me parece que es lo menos que se puede pedir
Lo segundo que me digo ante casos así es, bueno, es verdad que la justicia si es lenta no es justa, y que la caridad bien entendida empieza por uno mismo; pero que los jueces españoles persigan delitos tan odiosos como los de lesa humanidad allá donde se produzcan es algo que está muy bien porque puede ayudar a que el mundo sea un poco más habitable para los "buenos" y al menos un poco más incómodo para los siniestros autores de esos pocos delitos tan repugnantes que la comunidad internacional los considera imprescriptibles y de jurisdicción universal. Solo porque los Pinochet y los Videla, o los genocidas de Ruanda, de los mayas o ahora del Tibet sientan en la nuca el aliento de la ley en vez de la caricia de la impunidad, como ocurría hasta hace muy poco tiempo, merece la pena que los jueces de la Audiencia Nacional, que son los que tienen jurisdicción para hacerlo, dediquen parte de su tiempo a perseguir esta utopía de la Justicia Universal
No tenemos por qué elegir, eso es lo que yo creo. Tenemos derecho a las dos cosas. A que el Estado facilite a los jueces los recursos necesarios para que puedan hacer su trabajo "doméstico" sin dilaciones innecesarias y a que estos se ganen el sueldo completo y si no se les caiga la "peluca"; y a sentirnos concernidos por las grandes injusticias del mundo y obrar en consecuencia en la medida de nuestra posibilidades. La Justicia es un bien indivisible, y cualquier atropello contra los derechos humanos, un problema de todo el género humano, no solo de quienes lo sufren. Argumentos como que en los juegos olímpicos de China es mejor "no hablar de política", como acaba de aconsejarle nuestro superdemocrático gobierno al equipo olímpico español, no tienen un pase. Los derechos humanos no son "política", cabría recordarles. Que a tres días de los juegos olímpicos un juez español haya abierto una investigación sobre la salvaje represión china en el Tibet me parece que tiene algo de justicia poética... De momento - recuerden a Pinochet - solo poética.
Consuelo Sánchez-Vicente