Actualizado 26/04/2012 14:00

Fernando Jáuregui.- La calle es nuestra, sí, pero ¿de quién?

MADRID 26 Abr. (OTR/PRESS) -

Viene la etapa de las grandes movilizaciones: 29-a, 1-m, 15-m... Parece una sopa de letras/cifras, pero en realidad son fechas en el calendario que pesan como una losa. Los sindicatos han 'anticipado' el 1 de mayo al 29 de abril, aprovechando que es domingo, para salir a la calle en protesta contra el estado de cosas. Sin renunciar, desde luego, a la fecha histórica del 1-m. Mientras, los 'indignados' conmemorarán el 15 de mayo -un año ya, o todavía_tratando de volver a 'tomar' la Puerta del Sol, cosa que el 'duro' que actúa como ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ya ha avisado de que no tolerará. El 'frente de las fechas' está ahí, enconado, esperando su oportunidad para clamar contra unas reformas que me parece que no han sido del todo bien explicadas a la población. O que necesitan más complemento y más diálogo. Y esperando, claro, su oportunidad para nuevas confrontaciones públicas, que es lo último que necesitamos.

Creo que ni el Gobierno ha entendido bien el papel flexible y dialogante que le exige la ciudadanía ni tampoco lo han entendido la oposición ni las fuerzas sociales. Hay una quiebra del diálogo que acaba desembocando en la calle, a la que hasta los socialistas han conducido a sus seguidores, aprovechando que el Pisuerga pasa por la convocatoria sindical de manifestación este domingo y, luego, el próximo 1 de mayo. Y la calle es el supremo fracaso, porque implica que no se ha llegado -yo creo que ni se ha intentado_ al pacto. La salida a la calle es el último recurso, del que me parece que se está abusando, por un lado, y que creo que se está desoyendo en demasía, por otro. Todos, los unos porque creen que capitalizan el descontento y el hartazgo de la población, los otros porque creen que pueden controlar o, al menos, reprimir esos sentimientos, creen que la calle es suya.

Y no; la calle no es de nadie y es de todos. El Gobierno, vía ministro del Interior, cree que puede controlarla; oposición y sindicatos piensan que pueden tomarla. En ambos casos ocurre como con el debate sobre los Presupuestos: se habla de lo que no se debe hablar, y se calla aquello que habría que pregonar. Cree el ministro del Interior que basta la policía para acallar a descontentos e indignados; piensan estos últimos que unos centenares (o miles, si usted quiere) de manifestantes representan el sentir de la casi totalidad de la sociedad. Y la mayoría de esa sociedad, que aún permanece silenciosa, calla su hartazgo de una situación que ningún poder público parece capaz de radiografiar. Y es que ¿Cómo radiografiar el desánimo? No será a base de improperios desde la tribuna del Parlamento ni de gritos o porras en las aceras. ¿Es que nadie entiende que esto no puede seguir así?

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