Publicado 04/06/2022 08:00

Fernando Jáuregui.- Pues sí, me encanta leerme en catalán

MADRID 4 Jun. (OTR/PRESS) -

Este es el titular del último artículo que envié a un periódico digital en catalán, de corte más bien independentista, para el que escribo cada dos semanas. Ellos saben que poco tengo de secesionista catalán (ni siquiera soy catalán. Ni republicano), pero respetan de manera volteriana mis ideas, como yo respeto las suyas, que son perfectamente legítimas, aunque para nada las comparta. Sí, me encanta leerme en catalán --aún no lo escribo, pero lo estoy aprendiendo-- como me encantaba leerme en portugués, en francés o en inglés cuando colaboraba con diarios en Oporto, Ginebra o Toronto, ejemplo este último de una fructífera convivencia bilingüe. O como, por supuesto, me encanta publicar aquí en mi lengua materna, el castellano, que es lengua compartida por muchos cientos de millones de personas, aunque algunos quieran, locamente, ignorarlo.

Escribía yo en mi periódico catalán, donde ocasionalmente escandalizo --y lo celebro-- los comentarios de algunos lectores, que no acabo de entender el conflicto lingüístico que ahora se encarniza a cuenta de la enseñanza. Lo lógico sería siempre que cada cual, en esta maldita Babel en la que nos estamos instalando, hablase en el idioma que le petase y educase a sus hijos en lo mismo. Y estamos haciendo exactamente lo contrario: judicializar el idioma, estableciendo porcentajes de lo que debe o no hablarse, de cuánto pueden nuestros niños hablar de castellano --o de español, no haré cuestiones semánticas-- en los recreos o en qué aulas está vetada una u otra lengua. Y ay del profesor o del padre que ose saltarse estas normas, pactadas por una parte de la sociedad política catalana frente a otra parte, y vigiladas severa e inútilmente por ojos togados.

Estamos fabricando una sociedad equivocada, llena de prescripciones y de prohibiciones, lo que significa, ni más ni menos, que estamos recortando aceleradamente las libertades, o sea, la libertad. Las mesas de negociación se alargan para separar, a lo Putin, a los interlocutores. Y eso, cuando esas mesas se instalan, que ahí sigue varada la negociación entre el Gobierno central y el Govern catalán, como parece estancado ese encuentro, para explicarse tantas cosas, entre Pedro Sánchez y el president de la Generalitat, Pere Aragonés. Creo que el conflicto lingüístico, que no existía, nos lo hemos ido inventado desde uno y otro extremo de los seiscientos kilómetros que separan a Madrid y Barcelona.

No, no cometeré la equivocación de tratar de culpar a ambas partes por igual de este lamentable conjunto de errores. La política catalana se ha instalado simple y llanamente en un caos, como antes se instaló la corrupción rampante en la vida pública y hasta en una parte de la privada. Pero en este lado del Ebro desde el que escribo se han cometido igualmente desmanes sin tasa, y en diez años hemos logrado, entre todos, 'halcones' o 'palomas', crear el irrespirable ambiente que ha derivado en un ridículo, pero magnificado, conflicto lingüístico que amenaza con acabar nada menos que con el incumplimiento de una norma emanada del Tribunal Supremo, una más.

Algún día la Historia se reirá de todos nosotros. Suponiendo, claro, que aparezca un conjunto de historiadores que no la falsifiquen. Pero, en fin, yo confío en poder seguir leyendo en catalán los artículos que todavía redacto en castellano. O en español, que tampoco vamos a discutir por eso. Sabiendo, eso sí, que Ortega tenía, como siempre, razón: esto no tiene una solución definitiva, así que habrá que seguir, al menos, conllevando. Y publicando en catalán, si nos dejan.

fjauregui@educa2020.es

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