Publicado 16/09/2025 08:00

Fernando Jáuregui.- Las vueltas (a España) que da la vida

MADRID 16 Sep. (OTR/PRESS) -

Si lo consideramos un momento, ya nada es como era hace apenas diez años, cuando ellos, -lo constatan las hemerotecas, que son esas guardianas de la democracia- comenzaron a hacer cosas muy distintas a las que decían que iban a hacer. Claro que lo que va ocurriendo en el mundo de alguna manera empequeñece las peculiaridades, por llamarlas de manera no demasiado ofensiva, de la política nacional. Jamás se había suspendido la etapa final de la Vuelta Ciclista a España, y menos en medio de la escandalera que se montó. Claro que jamás habían ocurrido otras muchas cosas a las que nos vamos acostumbrando, como la imagen terrible de niños que se mueren de hambre en Gaza o de gentes que se quedan sin piernas en Ucrania. O...

Pero, ateniéndonos al caso español, temo que la vida da muchas más vueltas de lo que sería deseable en una democracia asentada. Cierto que nos hemos instalado en lo inédito, que en el fondo es una suerte de inseguridad jurídica que nos hace más débiles día a día. ¿Cuánto se ha perdido, por muy diversos conceptos, incluyendo imagen exterior, con lo ocurrido en la Vuelta ciclista? ¿Puede un presidente del Gobierno, por muy justificada que esté la protesta contra Israel (que lo está), alentar una revuelta en la calle que es legítima, pero que a todos se les fue de las manos, como cabía esperar?

Eso, lo de alentar desde el atril del poder las marchas de protesta que pueden derivar en resultados imprevisibles, es algo que jamás habíamos visto por estos lares. Con Sánchez llega siempre la sorpresa. Ningún dirigente mundial, ni siquiera Trump, tiene en su haber tanta capacidad de sorprender a quienes le habían votado (y no digamos ya a los que no le han votado). La fuerza del poder es tal que permite a quien lo ostenta (con legitimidad, aunque de manera irregular) salir indemne de todo, especialmente cuando eres un fuera de serie de la resistencia y de la impasividad ante tus propias contradicciones, digámoslo también así para no ofender.

Un país que se reclama serio y moderno tiene que tener controladas, en mayor o menor grado, sus propias sorpresas. No puede ser que pillemos in fragantí al presidente del Gobierno saltándose la Constitución o alentando a manifestantes potencialmente violentos (no digan que no: miren las fotografías, escuchen los testimonios) para que se carguen una significativa prueba deportiva.

Sánchez ha hecho, y hace bien, bandera de sus posiciones anti-Netanyahu. No queda más remedio que compartirlo. Pero esa oposición ha de hacerse de una manera coherente, jamás convulsa o improvisada. No sé qué réditos le dará al presidente del Gobierno y de todos los españoles su hostilidad hacia el actual régimen de Israel; sí sé que, según una mayoría de encuestas, sigue conservando un suelo electoral de siete millones de votos, lo que no es pequeña cosa tras todo lo que ha venido sucediendo, el sobresalto diario que, a la vista está, poco importa a los ciudadanos. A los españoles les dejan indiferentes, parece, las vueltas que da la vida, mientras esas vueltas no entorpezcan el estado de bienestar. Ni impidan a los aficionados ver el final de la Vuelta. Y ahí, en el detalle más que en la categoría, puede estar el quid de la cuestión.

La rueda de la fortuna también da vueltas. Y el cargador de un revolver en la ruleta rusa. Y, claro, los tiovivos. Yo diría que la vuelta, no sé de qué clase ni con cuánto alcance (no, no me refiero a que Feijoo llegue o no a La Moncloa; no exclusivamente, al menos), está aquí, a la vuelta de la esquina. Va tocando: esto, obviamente, gira, aunque no guste a los instalados en este estado de cosas.

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