MADRID 25 Nov. (OTR/PRESS) -
Ha llegado el momento de abandonar. Esta frase del fiscal general del Estado, ya ex fiscal general del Estado, Alvaro García Ortiz, ha sonado como un enorme gong de aviso en todas las mentes, conciencias y oídos, por muy duros que fuesen.
Es el adios a una época, aunque este martes el Consejo de Ministros quizá se empeñe en nombrar a otra figura equivocada tras las del García Ortiz y su antecesora Dolores Delgado. Creo que son muchas las cosas que ven llegado el momento del abandono. Y probablemente bastantes las gentes que deberían replantearse su permanencia forzada en el sitio en el que están. Y sí, pienso también en quien usted está pensando.
Este lunes, estrenando la semana, a eso de las diez de la mañana, el fiscal general enviaba su carta de renuncia, supongo que más o menos pactada con La Moncloa. Se va muy quemado: mejor le hubiera ido marchándose bastante antes. A esa misma hora, el ministro de Cultura y portavoz de Sumar, Ernest Urtasun, lanzaba una diatriba inusitada, incluso en estos tiempos de(l) cólera, contra los jueces que han condenado al fiscal. Los ataques a los magistrados del Supremo emitidos desde el Ejecutivo han sido numerosos estos días a cuenta del 'juicio del lustro', pero jamás habían alcanzado la virulencia de los del representante del partido coaligado con el PSOE.
La zanja se ha hecho ya abismo. ¿Se puede continuar así? Quizá sea hora de abandonar algunos lenguajes, algunos tambores de guerra, algunos cargos ministeriales, ese espíritu permanente del duelo a garrotazos.
Y a esa mismísima hora, las diez, comenzaba el juicio contra el 'clan Pujol'. Han logrado retrasarlo trece años, preciosos para que el patriarca Jordi, que fue president de la Generalitat durante más de una década, no entre en la cárcel. Pero ese período, tan corrupto, tan decrépito, pasó. Es hora de abandonar viejas reverencias a este antiguo régimen que imperó en tiempos de la 'matrona Ferrusola'.
Y alguien debería decirle también al llamado Rey emérito que es hora de abandonar. Su libro, que he leído con cierto aburrimiento, confieso, circula por Internet como las liebres por el monte, sin control y profusamente. Espero que su aparición en España signifique el fin de Juan Carlos I como problema y el comienzo de una etapa de tranquilidad, que es la que le corresponde al anciano ex jefe del Estado. Lo malo de estar tanto tiempo en el poder, verdad Juan Carlos I, verdad Jordi Pujol, es que va generando una sensación de impunidad, de que se puede hacer lo que le venga en gana, a quien ejerce ese poder. El propio Felipe González, sin duda un estadista y un buen gobernante, enlodó la última parte de su estancia en La Moncloa, casi catorce años. Él mismo me dijo un día que su paso por el poder había durado demasiado, y me consta que en más de una ocasión quiso dejarlo.
Entenderá usted si digo que me parece que establecer, incluso constitucionalmente, límites a los mandatos, sean en la presidencia del Gobierno, en las de las autonomías y hasta en los ayuntamientos, se antoja una exigencia democrática. Acostumbrarse al mando, aunque sea en la Fiscalía general, en el Tribunal Supremo o en cualquier otra institución, que nos ea, por su propia definición, la Corona, puede llevar a una degeneración democrática de carácter grave. Y por supuesto no hablo solamente de los casos del emérito o de Pujol, seguro que usted me entiende. Para algunos otros me parece que es el momento de abandonar y dejar el récord de resiliencia aparcado, quizá para siempre.