Publicado 31/10/2024 08:01

Rafael Torres.- La magnitud del desastre

MADRID 31 Oct. (OTR/PRESS) -

La magnitud de la catástrofe desbordó los recursos para procurar socorro. Es más; éstos, por mayores que hubieran sido, puede que apenas habrían alcanzado a aminorar sensiblemente sus fatales consecuencias, pero no resulta descabellado suponer que de haber existido la Unidad Valenciana de Emergencias que suprimió Carlos Mazón según llegó a la presidencia del gobierno regional, alguna vida se habría salvado.

La Unidad Valenciana de Emergencias se había creado unos pocos meses antes de las elecciones que dieron el triunfo a Mazón y el gobierno de la Generalitat al Partido Popular y a Vox, y se hallaba, por el escaso tiempo transcurrido desde su creación, en la primera fase de su desarrollo e implantación. Su propósito era la acción inmediata ante catástrofes de todo tipo mediante un bien engranado sistema de prevención y de coordinación de todos los servicios de alerta, ayuda y socorro, pero Mazón estimó que era un gasto superfluo y la desmanteló en agraz.

Los 17 millones de euros empleados por él en festejos taurinos (recuérdese que su consejero de Cultura era un torero) debieron parecerle, por el contrario, un gasto esencial.

La magnitud nunca vista del desastre en Valencia, y en puntos del sur de Andalucía y de Castilla-La Mancha, encoge el corazón, pero no debe nublar, pasados los momentos más dramáticos, la conciencia, y ésta se ha de sublevar necesariamente ante decisiones políticas como la descrita, y más en tiempos de emergencia casi permanente por las devastaciones del cambio climático provocado por la mano del hombre. Una cosa es el poder de la Naturaleza, arrollador y a veces imprevisible, y otra el poder de una Naturaleza enloquecida por el brutal castigo a la que se le somete.

Esa Naturaleza enloquecida nos deja imágenes terribles que no podremos olvidar, imágenes apocalípticas de ahogados, de casas derrumbadas, del cielo desplomándose sobre la tierra, de autos a la deriva y camiones volcados, de puentes caídos, de trenes varados, de empresas sin dejar escapar a tiempo a sus trabajadores, de presas al borde del colapso, pero también la sensación de que faltó la racionalidad que podría haber salvado alguna vida frente a esa locura desatada, frente a la magnitud del desastre.

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