MADRID 1 Ago. (OTR/PRESS) -
La financiación autonómica; los comentarios desabridos hacia los extremeños, que éstos han considerado gravemente ofensivos; las relaciones entre hombres y mujeres, entre esposo y esposa, entre no fumadores y fumadores..., son unos pocos y recientes ejemplos de cómo estamos últimamente organizando los españoles la convivencia: lo hacemos en términos de confrontación, en una traslación sistemática de la apolillada doctrina de la lucha de clases de Marx y Engels. Con razón esas nuevas/antiguas feministas sostienen que o el feminismo es de izquierdas, o no es feminismo.
Los frutos de esta concepción del hombre y de la vida los conocemos bien, porque son los mismos sin excepción allí donde el odio como motor de la historia se ha convertido en doctrina imperante: un verdadero, completo e irremediable desastre en todos los órdenes: empobrecimiento, despotismo, guerras, muerte, destrucción. Ni más, ni menos. No puede sorprendernos ahora que la llamada "violencia doméstica" presente una faz especialmente agresiva, que los abortos provocados proliferen también entre las mujeres más y mejor informadas y que aumenten, en lugar de disminuir, en las sociedades donde la píldora anticonceptiva se consume más masivamente, o que el imperio de la ley dé paso a la arbitrariedad en sociedades tenidas hasta ahora por democráticas y que cada vez más gente quiera tomarse la justicia por su mano en lugar de confiar en los jueces y la aplicación de leyes justas.
Todas estas cosas pensaba hoy al ver cómo políticos de nivel ínfimo que maltratan de palabra -de momento- a sus compatriotas no sólo creen que son muy ingeniosos, sino que son reelegidos una y otra vez. Vamos mal por ahí, y eso lo puede ver todo el que se toma la mínima molestia de mirar en lugar de hacerse el distraído.
Ramón Pi.