MADRID 12 Mar. (OTR/PRESS) -
La mañana en que se cometió el mayor atentado de la historia del terrorismo en nuestro país, no tenía nada de especial. Era una mañana como miles de otras mañanas, con mucha actividad en la hora punta, gente que iba a sus trabajos aún con las legañas puestas, que se habían despertado a golpe de despertador o de radio. La misma radio desde la que minutos después nos relatarían que se había producido primero una explosión cerca de la estación de Atocha, que más tarde iría desgranando la magnitud de una tragedia que sólo recordarla produce escalofríos, con un resultado de 192 muertos y cientos, miles de heridos y damnificados.
Han pasado seis años desde entonces, seis largos años, interminables para quienes perdieron a sus hijos, a sus maridos, a sus mujeres, a sus amigos o familiares, para quienes vieron su vida truncada para siempre. Un largo tiempo que no ha podido paliar la sensación de vértigo que sintieron aquella mañana al presentir que uno de los suyos podía estar entre los muertos, o al constatar que sus pensamientos más negros eran una realidad tan cruel, tan dolorosa, tan paralizante, que muchos de ellos todavía no se han repuesto de aquella tragedia que puso a los madrileños en pie de solidaridad. Una tragedia nacional que nos afectó a todos, porque todos podíamos haber ido en aquellos trenes que saltaron por los aires, sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo.
Seis años es poco tiempo para olvidar lo que ocurrió en Atocha, sobre todo por el bochornoso espectáculo de algunos políticos, primero negando la autoría y después señalando con el dedo a quienes, como Pilar Manjón, dejaron en el más espantoso de los ridículos a quienes tenían la obligación de gobernar para todos y no para unos cuantos. Tengo grabada en mi retina la sonrisa burlona de Zaplana leyendo el periódico mientras esa mujer se desangraba de dolor en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados. La misma mujer que después fue vilipendiada, insultada, ninguneada y a la que la presidenta de la Comunidad de Madrid negó las ayudas a su asociación de victimas del 11-M, sólo porque no se plegó a las exigencias de quienes cuestionaron la autoría del atentado islamista. Una madre rota por la pena a quien algunos desalmados envían día si, día también, imágenes de los cadáveres, de cuerpos destrozados, mutilados, para ver si de esa manera doblegan su voluntad de madre-mujer-coraje y abandona.
Quiero pensar que quienes hacen eso es porque están enfermos de fanatismo, igual de enfermos que los que pusieron las bombas en los trenes, a quienes el dolor de una madre, de muchas madres, no les conmueve lo más mínimo. Porque lo peor de los atentados no fueron sólo los atentados, fue la utilización que cada uno quiso hacer de esa terrible matanza, que esperamos no se vuelva a repetir nunca más en nuestro país, ni en ninguna otra parte.