Situada en un punto estratégico en las entrañas de Andalucía y arropada por el río Guadalquivir, la ciudad de Córdoba es uno de los destinos más interesantes del sur de la península. Árabe y romana, histórica y monumental, la antigua capital califal guarda en su entramado el esplendor y la belleza de los años dorados de la dinastía Omeya.
Desde los primeros asentamientos humanos, Córdoba se convirtió en un enclave deseado por numerosos pueblos que hicieron de la ciudad objeto de sus conquistas y heredera de un valioso patrimonio artístico y cultural. Silencioso testigo de su grandeza y de su historia, el río Guadalquivir se convirtió en eje fundamental de la ciudad, y a sus aguas fueron asomándose puentes, palacios y monumentos que, poco a poco, tejieron la historia de esta ciudad milenaria.
Romana y árabe
La historia de Córdoba se remonta a los años de dominación romana, en los que conquistó el rango de capital de la España Ulterior. En esta época, la ciudad se amuralló con sillares de piedra y fueron muchos los palacios y villas aristocráticas que surgieron en sus inmediaciones. Sería esta una época de gran esplendor para la "Corduba" romana, que nos dejó como principal legado el magnífico puente que se eleva sobre las aguas del Guadalquivir, construido, según los historiadores, por el emperador Augusto.
Este puente, jalonado de hermosos molinos harineros, conecta ambas márgenes del río. Desde la margen izquierda, podemos contemplar una de las vistas más evocadoras de la ciudad, presidida por la espléndida imagen de la Mezquita-Catedral, y además podemos visitar la Torre de la Calahorra, fortificación medieval que se alza en el lugar que antiguamente ocupó una torre defensiva de origen árabe.
Atravesando el puente y dirigiendo nuestros pasos hacia el corazón de la ciudad, nos encontramos de bruces con la espectacular mezquita cordobesa, uno de los más bellos ejemplos de arquitectura musulmana.
La aljama cordobesa
La historia de la mezquita está íntimamente ligada al devenir de la ciudad cordobesa. Convertida en capital de Al-Andalus en el año 717, Córdoba escribirá una de las páginas más brillantes de su historia a partir de la proclamación del Emirato Independiente de Damasco de manos de Abderramán I.
Los éxitos conseguidos por la dinastía Omeya llevaron a la construcción de esta mezquita sobre las ruinas de la antigua basílica de San Vicente. Objeto de numerosas intervenciones, desde Abderramán I hasta Almanzor lograron construir una de las mezquitas más grandes y emblemáticas del mundo. Símbolo del poder político de los mandatarios musulmanes, su sobriedad exterior en nada permite imaginar la suntuosidad que acoge el interior del edificio. El bosque de columnas realizadas en jaspes y mármoles, la magnífica arquería, las capillas de la catedral, los púlpitos y el coro son algunos de los tesoros que se pueden contemplar en la aljama cordobesa, que combina con maestría la espiritualidad de la mezquita y la grandiosidad de su catedral cristiana. El patio de los naranjos y la torre campanario que encierra en su interior los restos del alminar califal completan la belleza de este recinto religioso.
Barrios con encanto
Una vez visitada la Mezquita-Catedral, merece la pena conocer algunos de los barrios más típicos de Córdoba. El barrio de la Judería es uno de los más conocidos: en él vivieron durante siglos los judíos cordobeses, hasta su expulsión en el siglo XV. En esta parte de la ciudad se puede visitar el Museo Municipal Taurino, que exhibe valiosos objetos propios de la Fiesta Nacional, y el Zoco, que ofrece al visitante el curioso espectáculo de los tradicionales trabajos de artesanía cordobesa.
También es imprescindible la visita al Alcázar de los Reyes Cristianos, antiguo Alcázar de los Omeya y posterior residencia de los reyes cristianos; además de visitar las diversas dependencias de este soberbio recinto, merece la pena pasear por sus hermosos jardines, donde el rumor del agua, tan típico de la tradición árabe, está presente en forma de fuentes y aljibes.
Cuna de toreros
Alejándonos de los alrededores de la mezquita, encaminamos nuestros pasos hacia otro de los rincones más populares de Córdoba; el barrio de Santa Marina. Conocido como el barrio de los toreros, en este pintoresco rincón cordobés nacieron dos de las grandes figuras de la tauromaquia, "Lagartijo" y "Guerrita". En un recorrido por la zona, se puede contemplar la Torre de la Malmuerta, hoy aislada de las primitivas murallas a las que se unía y poseedora de una curiosa leyenda de amor y celos. En el corazón de este barrio, se abre la típica plazuela de la Lagunilla, donde se yergue un sentido monumento a Manolete, que vivió su niñez y adolescencia en Santa Marina. Muy cerca de este lugar se encuentra la iglesia de Santa Marina, uno de los templos más evocadores de Córdoba.
Callejón de las Flores
Siguiendo el recorrido por las angostas callejuelas cordobesas, no podemos perdernos la visita a la plaza de Capuchinos, hermosa de día, pero más hermosa si cabe de noche; subiendo por la cuesta del Bailío, el recogimiento y la soledad de esta plaza hacen de ella uno de los lugares con más encanto y espiritualidad de Córdoba. Flanqueada por el convento de Capuchinos y el hospital de San Jacinto, en el centro se yergue el popular Cristo de los Faroles, donde nunca faltan flores y velas.
Pero sin duda, uno de los lugares más concurridos de la ciudad es el Callejón de las Flores, incluido en la mayor parte de las guías turísticas de Córdoba. Esta angosta callejuela de casas encaladas nos conduce hasta una pequeña plaza, presidida por una fuente y decorada con vistosos geranios y gitanillas al más puro estilo andaluz. Desde sus inmediaciones, se contempla una hermosa vista de la mezquita, que se recorta entre los blancos caseríos de esta zona antigua de la ciudad.
Literatura y leyenda
Otro rincón cordobés que merece la pena visitar es la plaza del Potro. Antigua sede del comercio de ganado, está presidida por el triunfo de San Rafael y la fuente del Potro. En sus aledaños se encuentra la posada del mismo nombre, un antiguo caserío que fue punto de encuentro de truhanes y pícaros en los siglos XVI y XVII y que guarda entre sus paredes ecos literarios; no en vano, en este lugar se alojó el propio Cervantes, que incluyó la posada en el Quijote. También, aparece en algunos pasajes de Rinconete y Cortadillo y en La vida del Pícaro Guzmán de Alfarache.
En otro de los extremos de la plaza se localizan dos interesantes museos: el Museo de Bellas Artes y el Museo Julio Romero de Torres, dedicado al más célebre pintor cordobés. Este museo expone, además de su obra pictórica, recuerdos y objetos personales del artista, fotografías, muebles y carteles de fiesta.
Para completar la visita al casco antiguo de Córdoba, lo mejor es acercarse hasta la plaza de la Corredera, cerrada por muros y galerías de pórticos de ladrillo, al estilo de las plazas mayores barrocas. En otras épocas, fue centro de la actividad comercial de la ciudad y en sus inmediaciones se celebraron corridas de toros y juegos de cañas.