Detenido en Siria
KHALED AL HARIRI/REUTERS
Actualizado: jueves, 18 agosto 2016 8:40

MADRID, 18 Ago. (Por Manu Mediavilla, colaborador de Amnistía Internacional) -

Inhumano, degradante, humillante. Así retratan las víctimas el trato recibido en las cárceles y centros de detención gubernamentales de Siria, incapaces de entender tanta crueldad y salvajismo. Amnistía Internacional acaba de reflejarlo en su informe 'It breaks the human: Torture, disease and death in Syria's prisons', cuyos sobrecogedores testimonios de la tortura, enfermedad y muerte que "rompen al ser humano" en las prisiones de ese país, son un severo alegato a la comunidad internacional en demanda de justicia.

Ni siquiera el dramático contexto bélico en Siria --con 470.000 muertes y 11 millones de personas refugiadas y desplazadas-- puede dejar en segundo plano la magnitud de las violaciones de Derechos Humanos y de las torturas y otros malos tratos, con más de 15.000 muertes bajo custodia en apenas cinco años (60 por semana) y más de 65.000 desapariciones forzadas.

Y menos cuando resuenan como telón de fondo las voces de unas víctimas "tratadas como animales" (Samer, abogado), "como si fuéramos menos que un animal" (Umm Omar, trabajadora humanitaria), o "ni siquiera animales, ni siquiera juguetes; la gente respeta los juguetes más que los guardias a nosotros" (Ahmad H., ingeniero civil).

Víctimas que vieron su "privacidad y dignidad destruidas" hasta "volverte menos humano" (Jalal, médico), y cuyo sentimiento común expresa Samer: "Nunca imaginé que la humanidad alcanzaría un nivel tan bajo..."

EL "OLOR TORTURA"

Amnistía Internacional ya documentó hace cinco años crímenes contra la Humanidad de las autoridades sirias. Y el nuevo informe vuelve a hacerlo tras desmenuzar las experiencias de miles de personas detenidas a través de 65 casos de supervivientes de tortura, abusos y condiciones inhumanas en la prisión militar de Saydnaya y en centros controlados por los cuatro servicios de Inteligencia. AI se ha apoyado en especialistas para garantizar la precisión del relato.

Un relato descarnado de la atroz galería de tortura y maltrato en Siria, donde las violaciones de Derechos Humanos llevan décadas enraizadas en una 'cultura de la impunidad' favorecida por 48 años (1963-2011) de estado de emergencia. La brutal represión en marzo de 2011 de las protestas pacíficas por un cambio político, y su evolución en 2012 a un conflicto armado interno, han agravado la situación.

Tan cotidianos son la tortura y otros malos tratos en Siria (AI contabilizó en 1987 hasta 38 métodos ejercidos por las fuerzas de seguridad), que Salam, abogado encarcelado dos años en Saydnaya, identifica el "olor tortura", un "olor particular de humedad, sangre y sudor".

Antes tuvo que soportar la temible "fiesta de bienvenida" que --paliza va, paliza viene-- se repite en cada lugar de detención. Samer y otros 50 arrestados la sufrieron al llegar al suyo, donde los golpearon con saña por todo el cuerpo con cables de plástico, metal y eléctricos. El propósito era "rompernos", quebrar cualquier futura resistencia y asegura que los guardias no tenían "ningún problema en matarnos allí y entonces mismo".

Al estudiante de 17 años Omar S., la "bienvenida" a Saydnaya --golpes en la cabeza con "instrumentos que nunca había visto"-- le pareció "incluso peor que la tortura sufrida" en la Inteligencia Militar para hacerle "confesar".

En la prisión "parecía que el objetivo era la muerte, alguna forma de selección natural para deshacerse de los débiles tan pronto como llegaran"... De hecho, les preguntaron si estaban enfermos, y a un amigo que reconoció sufrir asma, "comenzaron a golpearlo hasta que murió allí mismo, delante de mí".

MUERTE ANTE SUS OJOS

Delante de casi todos los 65 entrevistados murieron personas en custodia. Y algunos tuvieron que compartir celda con cadáveres. Como el abogado Salam, que recuerda sus forzosos "años de silencio de muerte" en Saydnaya, los "golpes dos veces al día", la "tortura sistemática, organizada"... y el salvaje episodio del entrenador de Kung Fu que preparaba a sus compañeros de celda porque "no había nada más que hacer".

Cuando los guardias se enteraron, "golpearon hasta la muerte al entrenador y a otros cinco, y continuaron con los otros 14. Todos murieron en una semana. Vimos la sangre saliendo de la celda".

El propio Salam vio "morir en su regazo" a 15 presos que no pudieron soportar palizas y privaciones. En cambio, "Ziad" (los nombres entre comillas han sido cambiados para proteger a testigos y familiares) ni se enteró de que siete compañeros de celda morían asfixiados cuando se estropeó la ventilación.

Él "empezó a perder la conciencia", y solo a la mañana siguiente supo, cuando "los guardias empezaron a patearnos para ver quién estaba vivo", que solo habían sobrevivido dos. "Había dormido con siete cadáveres", y en el corredor se apilaban 25 más de otras celdas.

Episodios trágicos de una espantosa galería de tortura y maltrato: golpes con palos, barras metálicas y fusiles en las plantas de los pies; posiciones forzadas --colgados de las muñecas o tipo crucifixión, 'doblados' en un neumático o una plancha bautizada como "alfombra voladora"--; arrancamientos de uñas; quemaduras con cigarrillos; escaldaduras con agua hirviendo; descargas eléctricas; agresiones sexuales. Muchas veces con esposas y los ojos vendados.

TORTURAS PSICOLÓGICAS

Y torturas psicológicas. El hombre de negocios Abu Anas tuvo que presenciar una ejecución extrajudicial como 'aviso' para que cediera al chantaje para 'comprar' su libertad. El estudiante Nour no pudo sino 'confesar' tras asistir a una ejecución 'de advertencia' que resultó ser simulada.

La estudiante Reem fue obligada a ver tantas palizas que acabó sabiendo, por el sonido que hacían, cuándo las personas torturadas se "volvían insensibles" y "no sentían más los golpes". A los 15 minutos, constató, "el alma suele dejar los cuerpos"...

Las propias condiciones de detención suponen un grave maltrato. Empezando por reglas carcelarias como las de Saydnaya: silencio absoluto, no mirar a los guardias, traslados a golpe limpio, comida 'vetada' hasta que a los guardias se les antoje, mantas prohibidas por el día aunque "te estés congelando".

Y siguiendo por un día a día pavoroso: hacinamiento que obliga a dormir por turnos o en cuclillas; mala alimentación que lleva a comerse hasta las cáscaras de naranja y huesos de aceituna; desatención médica que impone la autoasistencia para sobrevivir; pésimo saneamiento que inunda las celdas de sarna, piojos y problemas dermatológicos.

Uno de los "peores recuerdos" para el pediatra Bashar es que sentía un picor como si algo estuviera comiendo su cuerpo, por lo que acabó pidiendo a sus amigos "que me vendaran las manos para no poder rascarme".

VIOLENCIA SEXUAL

Un apartado especialmente brutal es la violencia sexual, que golpea sobre todo a las mujeres, aunque también sufren hombres como el activista por la democracia Said: colgado de una mano y vendados sus ojos, le golpearon el pene con una porra eléctrica y lo violaron con ella ya encendida; ya sin venda, "vi a mi padre allí: había sido testigo de todo".

Pero las principales víctimas son mujeres: la mitad padecieron "controles de seguridad invasivos". A la pacifista "Laila" la metieron en un coche blindado, donde un teniente la violó. Después llamó a cuatro soldados: dos la violaron a la vez mientras otros dos esperaban su turno. Empezó a gritar, pero su voz fue apagada a bofetadas y amenazas: "Si gritas, te mato".

Y hasta la libertad es complicada para quienes, como dice la feminista "Souad", han de "enfrentar otra guerra en casa", donde son "atacadas por todos: padres, esposos, hijos, vecinos". A los prejuicios sociales contra las mujeres violadas se suma el miedo a que la represión gubernamental se extienda a su alrededor. "Laila" lo sabe por experiencia: "Tras mi liberación, mis padres me abandonaron. Dijeron que ya no era bienvenida en la familia".

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