Actualizado 23/06/2008 02:00

José Cavero.- No fue un Congreso 'a la búlgara'

MADRID, 23 Jun. (OTR/PRESS) -

Los análisis poscongresuales son bastante coincidentes: Rajoy aniquiló s sus enemigos y situó a los fieles, para la nueva situación. Acabó con el aznarismo, que tan mal le ha tratado en los últimos meses, y pese a haber sido "el primero de los aznaristas" y el que más alto ha llegado. Y todo permite supone, hay indicios claros, de que el Congreso de Valencia da paso a un partido bien distinto del anterior, en ideas centrales y en estrategias. Se acabaron las obsesiones de la etapa anterior, contra los nacionalistas "porque sí", contra el Gobierno y sus políticas, cualesquiera fueren, contra cualquier clase de progreso social sencillamente porque venía de la mano del socialismo gobernantes... Este PP de Rajoy quiere dejar de ser el partido de la ultraderecha, el partido de Alcaraz, de Pedro J. y de Federico.

Pero, vayamos por partes. Primero, por la victoria indudable de Rajoy. Mal podía suceder, ciertamente, que después de toda la controversia anterior, de los dos meses últimos, la victoria de Rajoy en "su" Congreso -y el Congreso de Arenas, Gallardón, de Cospedal, el de María San Gil y el de Aguirre, para bien o para mal- resultara "un paseo militar". Ni mucho menos. Un 21,2% de los compromisarios no quiso aprobar la candidatura del presidente del partido. "Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para estar a la altura de las circunstancias", dijo tras su victoria, en una de sus frases favoritas: Estar a la altura de las circunstancias. En su caso, eso equivale a ganar en 2012... Cabe recordar que en 2004, Rajoy obtuvo el 98,37% de los votos, de modo que éste es el menor respaldo desde la refundación del partido en 1990, ya que en los últimos años los líderes del PP siempre habían logrado porcentajes superiores al 90%. Con la nota ácida añadida de que algunos compromisarios emitieron votos nulos con la fotografía de María San Gil en protesta por el trato dispensado a la presidenta del PP del País Vasco.

En segundo lugar, el partido que vislumbra Rajoy. En su último discurso antes de la votación, Rajoy aseguró que no cambiará "ni una coma" de sus principios porque "eso sería tanto como cambiar de partido, de militantes y de electores". Eso es poco creíble. Rajoy tiene en su cabeza otro partido bien distinto en actitudes y comportamientos, una vez que ha comprobado que su obstinación por mantenerse "rígido e intratable" le ha aislado totalmente de cualquier otro partido en el Congreso, y por tanto, de cualquier posibilidad de pacto ante un eventual gobierno alternativo. No sucederá tal cosa, mal que les pese a los Acebes, Zaplana y otros aznaristas que en este Congreso se han visto aislados y derrotados. Y la que se consolida como alternativa real en el seno del PP, y a la espera de cualquier error de su jefe para acabar con él, es Esperanza Aguirre. La actitud de Aguirre se mantuvo crítica de manera permanente: "Es fácil ser integrador con los del botafumeiro. Con los críticos es difícil", dijo "la lideresa".

Aguirre se va de Valencia como con una gran perdedora, frente a los varios vencedores: Javier Arenas y Dolores de Cospedal, y Alberto Ruiz-Gallardón, que entra por primera vez en el reducido Comité de Dirección de sólo nueve miembros, donde estará con la secretaria general, los vicesecretarios y los portavoces parlamentarios. Rajoy ha decidido suprimir "los maitines", órgano no estatutario, y sustituirlo con ese reducido Comité de Dirección en el que se tomarán todas las decisiones importantes. El alcalde logra así, al fin, colocarse en la estructura de poder real del partido, por encima incluso de un barón regional tan poderoso como Francisco Camps, que ha quedado un tanto relegado. De manera que Aguirre se queda totalmente descolgada. Aunque su poder como presidenta de Madrid sigue siendo enorme y ella no ha mostrado ninguna voluntad de rendirse. Aguirre se queda fuera del poder en el PP, y fuera de la cúpula con capacidad de decisión., pero bien cabe suponer que seguirá "en la oposición al partido opositor"...

Y luego, el mal recuerdo de Aznar. Paradójicamente, el Congreso se convirtió en el cónclave en el que un aznarista como Rajoy, que se lo debe todo al ex presidente, entierra su línea política y "a su padre" freudiano, Aznar. Este, a su vez, en un discurso plagado de reproches indirectos a su heredero, le dejó muy claro que el PP que él representa está vigilante y que no le gustan las matizaciones del discurso clásico que está haciendo el jefe de la oposición. Por su parte, Rajoy, fiel a su estilo muy poco mitinero, dedicó la mayor parte de su larguísima intervención a defenderse de los ataques que le había lanzado Aznar, una especie de compendio con suavidad en las formas -menos agresivo que de costumbre- y contundencia política en el fondo de todas las críticas que ha recibido en los últimos meses. Insistió una y otra vez en que él no ha cambiado sus principios, y para ello hizo una defensa encendida de la nación española y del eje del discurso popular en los últimos cuatro años. "Teníamos razón", insistió, pero no basta con tener razón, es preciso que nos la den". Por eso, para tener más votos, hay que cambiar algunas cosas, explicó.

Sobre todo la imagen del partido. Dejar de ser "monotemáticos" con el terrorismo y la unidad de España y "dialogar con todos", incluidos los nacionalistas, para "erradicar los prejuicios" que se han instalado en buena parte de la sociedad, especialmente en Cataluña y el País Vasco, contra el PP. "Primero ganamos las elecciones, y después dialogamos, por ese orden", le había dicho Aznar. Además de sus palabras, Rajoy hablaba con sus decisiones, abandonando la etapa dominada por Ángel Acebes, Eduardo Zaplana, Esperanza Aguirre y los medios conservadores que les apoyaban. El líder aniquiló políticamente a todos los que le han lanzado algún reproche en las últimas semanas, implacable con su oposición. Empieza una era nueva, veremos.

José Cavero.