Crítica de El Hobbit: La desolación de Smaug, el poder de un dragón

 El Hobbit: La Desolación De Smaug
El Hobbit: La Desolación De Smaug - WARNER BROS.
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Actualizado: martes, 17 diciembre 2013 22:41

   MADRID, 13 Dic. (EUROPA PRESS - Israel Arias)

   El viaje continúa. Llega a los cines El Hobbit: La desolación de Smaug, la segunda entrega de la trilogía con la que Peter Jackson regresa a la Tierra Media. Otra sobredosis de orcos, enanos y elfos que cuenta con una estrella rotunda e indiscutible: el dragón Smaug.

   A la hora de enfrentarnos a otras más de dos horas y media sumergidos en el fantástico universo de Tolkien es justo y necesario que antes de sentarnos en la butaca recordemos lo ya sabido: Peter Jackson decidió convertir un libro en tres películas. Y contar con una nueva trilogía en los cines, concebida además como díptico, tiene pros... pero también algunos contras.

   Entre los primeros está ausencia de preámbulos. Con las presentaciones hechas ya hace un año, y tras un breve y prescindible prólogo en forma de flashback, Jackson retoma la aventura de Gandalf, Bilbo, Thorin y su compañía de enanos en un punto álgido del viaje.

   Sin dilaciones la acción se sucede a costa de Beorn el cambiapieles, los contrahechos orcos comandados por Azog, las arañas gigantes y los elfos que habitan en Mirkwood, el bosque negro. Allí nos reencontramos con un viejo conocido, Orlando Bloom que retoma su papel como Légolas el príncipe hijo de Thranduil (Lee Pace), el rey de los elfos silvanos. Un monarca que no tiene mucha simpatía por los enanos ni tampoco se preocupa por nada que ocurra fuera de las fronteras de sus dominios aunque eso suponga que el resto de la Tierra Media se suma de nuevo en las tinieblas.

   Por allí también anda Tauriel (Evangeline Lilly), una letal hembra de orejas picudas creada especialmente para la ocasión por Peter Jackson, aunque con propósitos sentimentales bastante distintos a los que todos teníamos pensado para ella. Y si bien en estático su química resulta algo forzada -ella los prefiere bajitos- cuando Légolas y Tauriel se arrancan a cercenar cabezas de orcos y patas de huargos... son la pareja perfecta.

UN DRAGON, DOS GIGANTES

   Perfectas son también las recreaciones de Mirkwood y de Esgaroth, la Ciudad del Lago y de Bardo, el guerrero -y presunto virtuoso con el arco- al que da vida Luke Evans. Pero donde Jackson realmente se luce es en Smaug.

   El terrible dragón que custodia el tesoro en las entrañas de la Montaña Solitaria es un espectáculo visual y auditivo que justifica por sí mismo el precio de la entrada. La rotunda y grandiosa voz de Benedict Cumberbatch es el complemento ideal para una apabullante creación.

   Y a este colosal prodigio de la técnica se enfrenta el pequeño Bilbo... que también es enorme. Como ya hiciera en la primera entrega, el hobbit más perfecto que Tolkien hubiera imaginado protagoniza otro cara a cara de antología. Martin Freeman genial. Otra vez.

A LA SOMBRA DEL ANILLO

   Sus idas y venidas y sus "videojueguiles" matanzas harán las delicias de muchos... y también pueden saturar a algunos. Pero lo que realmente puede llegar a enervar al respetable no es que Jackson y sus guionistas Philippa Boyens, Fran Walsh y el desertor Guillermo del Toro, llenen los vacíos de Tolkien a golpe de flashback y de una trama paralela que conduce Gandalf, sino que retuerzan algunos pasajes de la historia ya escrita para estirar su chicle.

   Con eso y con todo -que no es más que la predecible consecuencia de eso que ya sabíamos- La desolación de Smaug mantiene e incluso por momentos mejora el nivel de su predecesora pero sigue quedando un par de escalones por debajo de cualquiera de las entregas de la Trilogía del Anillo.

   Y es que, con la mitad del viaje ya consumido, constatamos que el nivel de épica, magia y pasión que exhibió Jackson en El Señor de los Anillos es casi inalcanzable para una historia como la de El Hobbit. Pero eso también lo sabíamos. Por cierto Peter, tú también.