Marte (The Martian): La genial marcianada de Ridley Scott

Matt Damon en The Martian
Foto: FOX
Actualizado: viernes, 16 octubre 2015 12:44

MADRID, 16 Oct. (EUROPA PRESS - Israel Arias)

Para recuperar al mejor Ridley Scott hemos tenido que esperar varios años y dejar a Matt Damon abandonado a 225 millones de kilómetros de la Tierra. Pero el trago merece la pena. Y es que, además de ser el mejor trabajo reciente del director, Marte (The Martian) es también una gran obra de ciencia ficción y una película de astronautas enorme y condenadamente entretenida.

Con la potencia visual que se da por descontada en un título de esta envergadura y ayudado de una selección musical para enmarcar -sí, suena David Bowie... pero también Abba- Scott logra trasladar fielmente del papel a la pantalla el particular tono de la novela de Andy Weir. Es decir, una aventura de supervivencia (física y mental) y ciencia con poco espacio para el sentimentalismo y la grandilocuencia y con mucha, mucha retranca.

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Pieza clave para que esta marcianada sea un blockbuster eficaz y disfrutable es Matt Damon, que dentro del traje de otro abandonado astronauta -ya le vimos varado solo Nolan sabe dónde en Interstellar- firma uno de sus mejores trabajos.

SIEMPRE NOS QUEDARÁ LA CIENCIA

Sobre sus solitarios hombros recae la mayor parte del relato y cierto es que la gravedad en Marte es tan sólo la tercera parte de la de la Tierra (un 62% menor, para ser exactos), pero no dejemos que los tecnicismos resten mérito a su hazaña. Su carismática interpretación sitúa a Damon a la altura de otros náufragos legendarios como Robinson Crusoe -que por cierto, también viajó a Marte- o de aquel inolvidable amigo de Wilson al que dio vida Tom Hanks.

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Además de ser un monologista excelente, en su marciana soledad Mark Watney se destapa como una suerte de híbrido entre Crusoe y McGyver que se agarrará a dos cosas para intentar sobrevivir donde nadie lo ha conseguido antes: el humor y, sobre todo, la ciencia.

Y mientras en Marte Mark hace de las suyas desplegando sus escatológicos "poderes botánicos" y soltando sus memorables "¡Chúpate esa, Neil Armstrong!", en la Tierra no hay tiempo para lacrimógenos planos de la familia Watney llorando ante su fotografía y un ataúd vacío. La NASA se ha enterado de que su hombre está vivo y, tras alguna que otra duda, pone en marcha toda su maquinaria para devolverle a casa.

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EN LA COCINA DE LA NASA

Pero rescatar a alguien en otro planeta, aunque sea en el vecino y aunque seas la NASA, es un esfuerzo que requiere muchos soles (vayan acostumbrándose a esta poética magnitud) de preparación. Arranca entonces una carrera contrarreloj para intentar que la ayuda llegue a tiempo y conseguir traer a casa a Watney... con vida.

Es en esta otra aventura terrícola -la de cómo se orquesta el rescate- en la que somos testigos de algunos geniales episodios tan certeros como esperpénticos que dejan al descubierto las costuras de nuestros burocratizados sistemas y el cinismo de su propaganda. Otra interesante odisea que corre paralela a la de Watney en Marte y en la que Scott predica de nuevo a favor de la ciencia y el ingenio como única tabla de salvación.

Y precisamente de eso, de su gran ciencia e ingenio cinematográfico, echa mano Scott para, abrazando algunos de los convencionalismos del género y repeliendo frontalmente otros, armar una película inteligente que no se deja tentar por la trascendencia y las suculentas reflexiones metafísicas a las que da pie su relato. En esta ocasión el director de Alien y Blade Runner prefiere seguir su plan inicial a rajatabla para lograr, de forma brillante en algunos pasajes, el más básico e imprescindible objetivo de este arte llamado cine: ENTRETENER.

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