"El impacto real del carbono en las inversiones". Por Jens Peers, director de inversión de Mirova

Europa Press Sociedad
Actualizado: viernes, 7 octubre 2016 13:55

Una mejor evaluación del impacto que causa el carbono podría estimular las inversiones socialmente responsables e impulsar la innovación

Los inversores se sienten menos seguros creando carteras que incorporan factores ESG (Medioambientales, Sociales y de Gobierno), que suelen excluir a las principales compañías petroleras. Sin embargo, muchos de ellos reconocen que ignorar estos factores entraña riesgos para una cartera a largo plazo, entre ellos la existencia de activos “atrapados” o “congelados”: el riesgo de que las compañías energéticas no sean capaces de explotar las reservas que forman una parte esencial de su valor empresarial.

Aunque un número creciente de inversores consultan a sus gestoras de activos para saber cómo integran los factores ESG en sus carteras, solo un 10% de los activos institucionales se seleccionan con arreglo a criterios ESG.

Quizás esto se debe a que la sostenibilidad y la descarbonización son conceptos de inversión relativamente nuevos, o quizás porque la mayoría de las carteras se evalúan en función de índices de referencia tradicionales. Lo más probable es que sea una combinación de ambas cosas.

Cualquiera que sea la razón, la descarbonización está cobrando impulso y los inversores se sienten cada vez más incentivados o coaccionados a asignar fondos a inversiones bajas en carbono.

En la actualidad, tanto los países desarrollados como en desarrollo, reconocen ampliamente que la transición energética es inevitable y necesaria. El curso de la historia apunta solo en una dirección, impulsado por acuerdos internacionales sobre cambio climático, entre ellos el COP 21, que se firmó en París a finales de 2015, así como por diversas iniciativas, como The Portfolio Decarbonization Coalition (Coalición para la descarbonización de las carteras) o el Montreal Carbon Pledge (Compromiso sobre el Carbono de Montreal). Estas y otras iniciativas presionan a las empresas para recortar su huella de carbono e instar a los inversores a apostar por inversiones favorables a la descarbonización. En concreto, COP 21 exige un cambio radical en el mix de energías globales para lograr que la temperatura del planeta no suba más de 2°C. Es previsible que se apruebe legislación nacional y regional para sacar adelante esta ambiciosa propuesta.

Para el inversor, esto significa que mantener activos intensivos en carbono en sus carteras conllevará un coste. En Francia, por ejemplo, los inversores ya operan conforme a un régimen de "cumplir o justificar" su huella de carbono. Las normativas vigentes en toda Europa probablemente impongan en algún momento a millones de inversores institucionales y minoristas la observancia de la ley.

En este contexto de cambio, los inversores procuran cada vez más evaluar su impacto de carbono. La medición efectiva puede ser un fin en sí mismo: una vez que decide cuantificar algo, comienza a plantearlo con más profundidad, y este enfoque puede cambiar el comportamiento. Esto no difiere mucho de la actitud que adoptan los propietarios de viviendas antes y después de instalar el contador de agua. Después de instalarlo, la mayoría de ellos son más prudentes en su consumo de agua.

La medición también guiará a los inversores a nuevas oportunidades. Las empresas que sean capaces de reducir su huella de carbono y, lo más importante, colaborar para ofrecer soluciones a un mundo donde abunda el carbono, deberían crear valor a largo plazo.

No todas las estrategias orientadas a la descarbonización son iguales. Sin embargo, la medición de las emisiones de carbono no resulta sencilla, y las técnicas aplicadas no han alcanzado todavía la madurez en el sector de la inversión. Algunas metodologías de medición (y, por extensión, algunas estrategias de ESG) eluden importantes matices que componen la medición de la producción de carbono.

Como aclaración, cabe señalar que la mayoría de estrategias incorporan lo que se denominan mediciones de “Alcance 1”, que corresponden a emisiones que las empresas producen diariamente durante el desarrollo de su actividad principal. La facilidad de acceder a los datos relativos a estas emisiones permite su uso generalizado por los expertos en mediciones y los inversores a los que atienden.

El “Alcance 2” se refiere a emisiones procedentes de los insumos empleados en la actividad mercantil, principalmente el consumo de electricidad. Los datos que se extraen aquí son igualmente accesibles y empleados de forma general.

Sin embargo, la mayoría de empresas e inversores pasan por alto las mediciones de “Alcance 3”, que corresponden a aquellas emisiones que proceden del uso del producto y la cadena de suministro. Estas emisiones ni se miden ni se tienen en cuenta en la mayoría de estrategias ESG, a pesar de que pueden representar la mayor parte de la huella de carbono total del producto. En la producción de vehículos, por ejemplo, las emisiones de Alcance 3 suponen más del 80% del total. De este modo, solo incluyendo estas emisiones se podría empezar a medir realmente la verdadera huella de carbono que deja una empresa, o una cartera de empresas.

Tener presente las emisiones que proceden de usuarios finales, además de las empresas, es un paso importante a la hora de cuantificar la huella de carbono de una cartera de inversiones, aunque todavía hay más asuntos pendientes.

La regulación y divulgación voluntaria de información está llevando a los inversores a publicar su impacto de carbono, lo cual está mejorando la transparencia de las estrategias de inversión. Por ejemplo, los signatarios del Montreal Carbon Pledge 2014, publican su huella de carbono para que los responsables políticos y los inversores puedan tomar decisiones más fundadas.

Sin embargo, aunque nos debemos alegrar por esta transparencia, también puede traer consecuencias no deseadas. Ahora los inversores tienen un incentivo para transferir su inversión en empresas intensivas en carbono hacia otras con cero (o casi cero) emisiones, una estrategia que puede ser positiva, pero no siempre. Pongamos que una gestora de fondos decide vender su posición en una compañía de turbinas eólicas (que precisa insumos de carbono para fabricar) y comprar una participación en una empresa de software, que presenta un porcentaje de emisiones prácticamente nulo. Ahora la cartera sube de categoría en los ratings de emisión de carbono, pero el efecto neto para el medio ambiente es negativo porque, a largo plazo, las turbinas eólicas inciden de forma importante en la descarbonización.

Por lo tanto, aparte de las emisiones de Alcance 1, 2 y 3, también es importante examinar si una empresa contribuye a evitar emisiones de CO2 comparado con un escenario de referencia: las tecnologías ecológicas no solo no emiten CO2, sino que también evitan estas emisiones en comparación con las energías tradicionales basadas en fósiles.

Una cartera que tenga por objeto la descarbonización deberá asignar recursos a empresas que ofrezcan soluciones a los problemas que afrontan los individuos y el medio ambiente. En nuestra opinión, añadir exposición a empresas que den respuesta a los retos del cambio climático es preferible a la mera financiación de empresas con bajas emisiones de carbono.

¿De qué modo los inversores pueden añadir exposición a los proveedores de soluciones?

La forma más obvia es invirtiendo en tecnologías que tengan como objetivo frenar el agotamiento de los recursos naturales, como las energías renovables, cuyos costes de construcción caen rápidamente a medida que se reducen las subvenciones. No obstante, también existen otras megatendencias que ejercen presión en las comunidades y el medio ambiente, y cuya solución arroja importantes oportunidades de inversión. Entre estas tendencias destaca el crecimiento de la población mundial, la urbanización, el crecimiento de las clases medias en mercados emergentes y el envejecimiento de la población. Todas ellas conducen a una mayor intensidad en emisiones de carbono.

Entre las soluciones figuran tecnologías que aumentan la eficiencia en la edificación, por ejemplo, la iluminación con bombillas de diodos (LED), la innovación en materia de aislamientos, bombas de calor eficientes y reguladores inteligentes. Mientras, en el área de transporte, es previsible que veamos el surgimiento de vehículos eléctricos e híbridos mejores y más numerosos.

En la industria de la energía, probablemente proliferen las redes eléctricas inteligentes. De hecho, la mayoría de los sectores industriales lanzarán innovaciones en cierta medida encaminadas a la descarbonización.

Una amplia gama de instrumentos de inversión para la descarbonización.

Las estrategias de reducción del carbono pueden articularse mediante diversas estructuras e instrumentos de inversión. Una impresión habitual de los factores ESG es que se aplican a través de la criba negativa de un gran conjunto de valores. Es indudable que se puede construir una cartera de renta variable internacional con un impacto en carbono bajo. No obstante, en vez de limitarnos a erradicar el bajo rendimiento en ESG, preferimos un método que comprometa a las empresas en cartera a mejorar su calificación de ESG.

A algunos inversores les puede extrañar saber que los bonos también pueden aportar soluciones al reto que plantea el carbono. Los bonos verdes, además de las típicas características de esta clase de activos en cuanto a vencimiento y cupones, están diseñados para financiar proyectos que ofrecen ventajas específicas para el medio ambiente. Las restricciones que se imponen a los emisores de estos bonos generan precisión y transparencia sobre el uso de las plusvalías que generan.

Aunque los bonos verdes todavía constituyen una clase de activos inmadura, actualmente existen en circulación unos 60.000 millones de dólares, frente a los menos de 5.000 millones dólares que había hace solo cinco años.

¿Qué tipos de inversores pueden beneficiarse de la descarbonización?

Algunos inversores ven la descarbonización como una estrategia nicho, semejante a asignar fondos a inversores alternativas. De hecho, puede incorporarse en los activos de la cartera y debería considerarse como una inversión central. La cartera está referenciada a mercados amplios, con errores de seguimiento que oscilan entre el 3% y el 5% respecto al índice de referencia, y muchos valores que la integran pueden hallarse en carteras tradicionales (aunque en distintas proporciones).

Curiosamente, las carteras descarbonizadas presentan un equilibrio adecuado por lo que respecta a temas, sectores y países. La principal diferencia es que aprovechan las tendencias ESG y gestionan los riesgos de forma distinta a la mayoría de estrategias de inversión. En el caso de Mirova, la gestión de estos riesgos difiere no solo de las gestoras tradicionales, sino también de la mayoría de sus competidoras en el sector de ESG. Mediante una cartera hiperconcentrada compuesta por unos 50 valores, Mirova se propone batir el rendimiento de un determinado índice, un 2%-4% anual.

Para los inversores institucionales, una cartera de renta variable descarbonizada representa un sustituto o complemento natural de una asignación a renta variable basada en sectores o diversificada por áreas geográficas.

De igual modo, los bonos verdes pueden formar parte de la cartera central de renta fija internacional de una entidad. Al estar basada la rentabilidad en la calificación crediticia del emisor, los inversores reciben una tasa de rentabilidad similar (para un determinado emisor) a la de cualquier otro bono. En el caso de inversores institucionales que hayan suscrito el UNPRI y otros códigos ESG, su posición entre los beneficiarios y responsables políticos puede mejorarse invirtiendo en bonos verdes, ya que así financian la transformación del medio al tiempo que logran rendimientos de mercado y una mayor transparencia.


Contenido patrocinado