La octava economía del mundo aún conserva restos de aquella mentalidad provinciana de cuando Ava Gardner paraba la Gran Vía y convertía en legendarias las faenas nocturnas de los maestros del toreo. En estas tierras tan fecundas en hispanistas y viajeros románticos, la mirada de los otros, la opinión del extranjero, sigue teniendo el halo de las cosas indiscutibles y sagradas.
Cualquier aficionado que escriba unas líneas sobre España tiene garantizada la difusión y el respeto. "Los españoles siempre hemos magnificado la opinión que sobre nosotros se vertía en el extranjero", se quejaba Tom Burs Marañón en "Hispanomanía". Queja inútil, porque ahí sigue, a pesar de la democracia, del casi medio siglo de crecimiento económico ininterrumpido, ese masoquista hábito de vernos y juzgarnos a través de los ojos del forastero. El vicio o el complejo está tan arraigado, que hasta los dos candidatos a la presidencia de Gobierno utilizaron como argumento un artículo del Financial Times en el último debate electoral.
La prensa anglosajona es el ejemplo más notable y nocivo. Una palabra sobre España en cualquiera de los "Times", inmediatamente es recogida, valorada y comentada por los medios españoles, que automáticamente le atribuyen rango de autoridad. Da igual que trate de costumbres o que cuestione la salud del sistema financiero español. La explicación debe estar en algún trauma de nuestro historia aún no superado. Porque el "prestigioso" The Economist, la "influyente" Newsweek" o el "reverenciado" Financial Times, además de tener como todos, ideología e intereses, muchas veces, salvo opiniones cuestionables, no aportan nada que no haya publicado con antelación la prensa nacional.
"El fin del Imperio español" escribía una de esas reputadas revistas norteamericanas en un reportaje durante las pasadas elecciones generales. La exclusiva no sólo llega con un siglo de retraso, sino que los acreditados autores, veían a Zapatero a la deriva, a la población desencantada con el sistema político y predecían que de ganar los socialistas, su gobierno sería mucho más débil. Ya se sabe cuales han sido los resultados. Del lado contrario, los exquisitos gabachos de "Liberation", tal vez por oposición a Sarkozy, retrataban a un "Zapatero I el modernizador", casi un modelo del Principe renancentista: serio, coherente y responsable.
Si los "Times" se leyeran únicamente en Madrid, no tendría mayor relevancia. Pero los mismos ejemplares se distribuyen en todas las plazas de decisión del Planeta, contribuyendo a crear eso que se llama la imagen exterior de España. El nacionalismo patrio, ocupado como está desde hace siglos en el "¡Gibraltar español!", apenas repara en esos editores de Nueva York o Londres, erigidos en preceptores, que periódicamente se sienten en la obligación de examinar a España y ponerle nota. La octava economía del mundo, sin embargo, no se molesta. Al contrario, se siente agradecida. Igual que esas capitales de provincia que organizan una recepción de bienvenida para recibir a la autoridad o el famosillo que llega de Madrid.