La genética siempre acaba apareciendo. Si se hurga, debajo de la cansina retórica de progreso, emerge de nuevo la vieja España de la incompetencia y la chapuza. Ibamos a ser los alemanes del Sur, pero al final han podido más los genes y de nuevo padecemos los ancestrales vicios de la ineficacia y la desidia.
Aquel "determinismo fatal" que en el franquismo hizo célebre a la "pertinaz sequía", también sirve ahora de coartada para justificar el liderazgo europeo en la destrucción de empleo o la negligencia de las administraciones públicas para paliar los efectos de una mediana nevada.
Porque la pasada semana en Madrid, según la versión oficial, no fallaron ninguna de las tres administraciones presuntamente competentes. La culpa fue de las previsiones meteorológicas, de un malvado, traicionero y quizás antipatriótico viento del este que desvió en 100 kilómetros la trayectoria de la tormenta de nieve. El principio de la irresponsabilidad, antes reservado para la Jefatura del Estado, se ha democratizado tanto que ya es patrimonio de toda las clase política.
Y es que algunas cosas no han cambiado tanto desde Larra. La clase política y la burocracia española, esa gran fuente de inspiración para la literatura de todos los tiempos, sigue siendo también un lastre y un mal ejemplo para los españoles que sudan la camiseta y pagan impuestos.
Por estos pagos la normalidad democrática consiste en que nadie sea responsable de nada. El aeropuerto de Barajas cierra sus pistas, suspende cientos de vuelos, los pasajeros son tratados como ganado, pero nadie sabe nada. Tampoco cuando nieva en Madrid y miles de automovilistas quedan atrapados durante horas. Ni aparece la sal, ni las máquinas quitanieves están en su sitio. Ni siquiera la Guardia Civil, pero toda la responsabilidad recae sobre la dirección del viento. Podrían haberse excusado con el cambio climático. Tanto ha calado la doctrina del calentamiento global que sería comprensible que las administraciones hubieran llegado a la conclusión de que nunca más iba a nevar en Madrid.
Se trata de la misma clase política, de la misma burocracia que se muestra inflexible con el ciudadano que comete una falta, con el conductor que aparca sin el ticket de la ORA, con el contribuyente que comete un desliz a la hora de pagar sus impuestos. En España se persigue y sanciona al campesino que poda una encina, al pastor que caza un lagarto, al vecino que no recicla la basura. Sin embargo, la responsabilidad por el atasco en Madrid o el caos en Barajas, no tiene sanción, no produce consecuencias. Se despacha pidiendo disculpas con soberbia y lavándose las manos.