Uriarte pide que "la violencia que mata y causa miedo sea enterrada para siempre" y dice que el pueblo no precisa tutela

Actualizado: miércoles, 1 agosto 2007 15:26

Reclama "respeto escrupuloso" de los derechos incluso de las personas "que tienen sus manos manchadas por graves delitos"

SAN SEBASTIÁN, 1 Ago. (EUROPA PRESS) -

El obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, pidió hoy que "la violencia que mata, hiere y causa miedo se enterrada para siempre" y manifestó que "este pueblo no quiere ni necesita tutelas de nadie para ser él mismo". Además, reclamó "respeto escrupuloso" de los derechos incluso de las personas "que tienen sus manos manchadas por las más graves acciones delictivas".

Además, insistió en que la paz "es posible" y propuso, en este sentido, mantener "una esperanza inquebrantable" ante la actual "grave decepción". Asimismo, reclamó que la violencia debe ser "enterrada desde ahora y para siempre" y pidió que la ética guíe la labor política, insistiendo en que no debe ser "un intercambio de arcabuces en forma de improperios", sino una aportación "al bien común".

Uriarte presió la Eucaristía en la Basílica de San Ignacio de Loyola, a la que asistieron el lehendakari, Juan José Ibarretxe, el diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, la presidenta de las Juntas guipuzcoanas, Rafaela Romero, o la portavoz del Gobierno vasco, Miren Azkarate, entre otros representantes institucionales.

En su homilía, el obispo de San Sebastián reconoció que la sociedad "no está en su mejor momento", destacando en este sentido la "grave decepción" de la "gran mayoría de este pueblo" al ver "desfallecer paso a paso una acariciada expectativa de paz".

De esta manera, indicó que "el retorno de ETA a la amenaza y al uso de las armas, la distancia creciente entre el pueblo y los responsables políticos, la desconfianza y las invectivas continuas entre los partidos son algunos de los indicadores y motivadores de la decepción antedicha" y añadió, en la misma línea, que "nos afecta también tanto sufrimiento provocado por esta inacabable confrontación en las víctimas, en los amenazados, en los presos, en los exiliados".

"Nos preguntamos cuándo, de una santa vez, todos los ciudadanos podrán, en santa paz, gozar de todos sus derechos cívicos", insistió el obispo de San Sebastián, que apuntó "cuatro vías de intervención" para superar la situación.

A su entender, la primera de estas vías consiste en "superar la decepción con el aliento de una esperanza inquebrantable" porque "lo merece y lo necesita nuestro pueblo". En este sentido, aseguró que la paz "no es un puro horizonte utópico inalcanzable", sino que, por el contrario, "es posible".

De este modo, consideró que es posible "recortar" los "desacuerdos" de forma que "podamos convivir en paz" y que "la palabra, en su aparente debilidad, es más resistente que la violencia".

Uriarte se mostró convencido de que "el anhelo de paz es más duradero que el grito instintivo que conduce al enfrentamiento tercamente sostenido". Tras lamentar que "el camino de la paz y del entendimiento político está resultando demasiado largo y penoso", insistió en que sólo "el coraje de la esperanza puede sostenernos en el recorrido".

"Los pueblos que pierden su esperanza mueren irremisiblemente", advirtió el obispo de San Sebastián, que instó a los cristianos a activar su "manantial inagotable de esperanza".

Asimismo, subrayó que esta esperanza debe ir de la mano de la ética, que exige, entre otros requisitos, que "la violencia que mata, hiere y provoca miedo quede enterrada desde ahora y para siempre". En este contexto, insistió en que "nadie tiene derecho a someter a otro a la amenaza de su vida, de su integridad, de su seguridad" y que "este pueblo no quiere ni necesita tutelas de nadie para ser él mismo", por lo que "quien no lo reconoce ni lo manifiesta pierde autoridad moral para denunciar otras injusticias".

Además, Uriarte señaló que la finalidad que justifica la existencia de partidos e instituciones públicas consiste "no en su autoconservación o en su robustecimiento, sino en su aportación al bien común". Por eso, añadió, "producen desilusión y frustración tantas operaciones al parecer incoherentes con la voluntad popular y con frecuencia encaminadas, según los indicios, al propio fortalecimiento y al debilitamiento del adversario".

"Comprendo- continuó- que la política no sea una batalla de flores, pero tampoco un intercambio de arcabuces en forma de improperios".

Asimismo, reclamó el respeto "escrupuloso" de los derechos personales "intangibles" que persisten incluso en aquellos que "tienen sus manos manchadas por las más graves acciones delictivas". En este sentido, advirtió de que "ni el oportunismo político ni el temor a la opinión pública ni cualquier consideración utilitaria y calculadora ni siquiera las mismas leyes autorizan la violación de tales derechos".

Por otro lado, opinó que la esperanza y la ética deben ir acompañadas por "un sólido sentimiento de pertenecer a la misma comunidad". "Somos un solo pueblo plural. Los bienes que tenemos en común son más amplios que las legítimas particularidades de cada uno de los grupos. El sentimiento de pertenencia es el resultado natural de nuestro patrimonio común. Tal sentimiento nos lleva a respetar todas las legítimas tradiciones. El respeto habrá de abrirse a la colaboración entre unos y otros ciudadanos", explicó.

En esta línea, indicó que esta "pertenencia común" debería plasmarse en una actitud empática y activa con el sufrimiento de todos y criticó que "obsesionados por nuestros problemas personales o familiares o sumidos en la superficialidad o el egocentrismo, podemos 'pasar' del sufrimiento generado por tantos años de confrontación" o "ser extremadamente sensibles al sufrimiento de 'los nuestros' y apáticamente indiferentes al sufrimiento de 'los otros'".

"IMAGEN MEDIOCRE"

Durante su homilía, el obispo de San Sebastián manifestó la actualidad de San Ignacio de Loiola en una situación en la que "muchos cristianos sensibles lamentan la imagen mediocre que ofrece la comunidad cristiana en su conjunto y deploran el descenso drástico de la credibilidad moral de la Iglesia".

"Muchos estiman afligidos que sus pastores son en parte responsables de este descrédito. Son necesarios los análisis lúcidos sobre los factores culturales, sociales y eclesiales en juego. Es necesaria una autocrítica humilde y valerosa. Son valiosas las propuestas intrépidas, evangélicas y realistas. Pero nos es imperiosamente necesario, sobre todo, seguir substancialmente el camino de Ignacio, debidamente actualizado: convertirnos y ofrecer la conversión", concluyó.