Erdogan, el presidente de presidentes

Primer Ministro turco Tayyip Erdogan
Foto: MURAD SEZER / REUTERS
  
Actualizado: viernes, 5 junio 2015 14:38

MADRID, 5 Jun. (José María Peredo Pombo, Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea) -

   Aunque en las elecciones parlamentarias del 7 de junio los ciudadanos turcos elegirán a sus 550 representantes en la Asamblea Nacional y no al presidente de la República, Recep Tayyip Erdogan vuelve a ser el gran protagonista de estos comicios.

   Su partido, Justicia y Desarrollo (AKP), el más que probable vencedor el próximo domingo, aspira a obtener una mayoría de dos terceras partes para impulsar una reforma constitucional que transforme el sistema turco en una democracia presidencialista, dotando de más poderes al presidente.

   Más cuestionado que nunca por la oposición interna por su autoritarismo y el creciente recorte de libertades, Erdogan puede salir aún más reforzado en estas elecciones, observadas con escrúpulo por organismos internacionales como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), ante los temores y precedentes de fraude.

Las encuestas dan razones al optimismo del AKP porque el partido islamista moderado, y cada vez más conservador, obtendría un sólido triunfo con más del 40 por ciento de los votos, que algunos sondeos elevan al 50 por ciento.

EN BUSCA DE LOS 330 ESCAÑOS

   Un resultado de esas características con un sistema D'Hont para la distribución de escaños otorgaría una amplia mayoría al AKP, que persigue abiertamente los 330 representantes. Pero las encuestas han abierto también el abanico de opciones entre una fracturada oposición cuya esperanza se encuentra en la posibilidad de alcanzar un buen resultado general que les permita abrir un periodo de pactos similar al que vivimos en este momento en nuestro país.

   Debilitada la herencia kemalista pero fortalecida la oposición laicista de nueva generación durante los últimos años de protestas ciudadanas, los social demócratas del Partido Popular Republicano (CHP) podrían situarse entre el 25 y el 30 por de los votos y consolidar su liderazgo de las fuerzas de oposición. Para ello, debería de captar una buena parte del voto kurdo, minoría que representa el 17 por ciento de la población y que en la historia reciente ha significado el gran problema interno de Turquía. Ahora podría convertirse en un elemento de reconfiguración política, con la mirada atenta a la evolución de las luchas de las minorías kurdas en territorios cercanos como Irak y contra el ISIS.

El Palacio Presidencial en el que reside Erdogan

LAS OPCIONES DE LOS PARTIDOS OPOSITORES

   Por su parte, el Partido Nacionalista (MHP) alcanzaría un resultado importante si llegara al 20 por ciento de los votos y pudiera entrar en algunos acuerdos postelectorales. A lo que también aspira el emergente Partido Demócrata Popular (HPD) de orientación socialista, fortalecido igualmente por las protestas ciudadanas y por las aspiraciones de un sector femenino de equiparar los derechos entre ambos sexos en materia social y laboral.

   Sin embargo, las derivadas de estas elecciones son aún más profundas. Turquía es un país de 78 millones de personas, con una economía emergente del G20, aunque en este momento se haya ralentizado, y vinculada con firmeza a nuestras sociedades europeas y occidentales a través de su pertenencia a la OTAN y su histórica aspiración a ser miembro de la Unión Europea.

   Resultaría cuando menos preocupante que allí se produjera un avance hacia un modelo democrático al estilo de los que se consolidan en Rusia o en diversos países latinoamericanos, donde las aspiraciones políticas ciudadanas son aprovechadas por algunos líderes carismáticos para reducir libertades como las de prensa y asociación, mientras concentran poderes en torno a su persona y su entorno.

   Merece la pena recoger la interpretación del historiador de la Universidad Europea Manuel Morán para comprender el calado de tales modificaciones, de producirse: "Turquía resurgió sobre bases nuevas en 1923: Mustafá Kemal (Atatürk) levantó entonces un Estado basado en el modelo jurídico-legal de inspiración europea, dotado de un sistema parlamentario que expresaba la soberanía de la nación turca (y no ya de la antigua amalgama otomana), con una voluntad de modernización que comprendía aspectos tales como la revalorización de la mujer en la sociedad y su pleno acceso a la educación, concebida esta a su vez como la vía hacia el progreso y la prosperidad del pueblo.

   También se establecieron límites severos a la influencia del clero y la religión en la vida pública, lo que en la práctica equivalía a un acusado laicismo de Estado. En sus relaciones exteriores, la república kemalista dio prioridad a sus vínculos con Occidente; a la larga, entre las líneas maestras de esa política destacarían su activa participación en la ONU, la temprana pertenencia a la OTAN, una estrecha vinculación con Estados Unidos y su relación fluida con Israel...

Erdogan, ante un grupo de militares

APUESTA FIRME POR LA ENTRADA EN LA UE

   En tiempos recientes, Turquía ha expresado de manera inequívoca su deseo de una plena integración en la UE, hasta el punto de que al fin en 2005 fue posible iniciar negociaciones oficiales orientadas a ese fin". (Morán, M. y Peredo, JM. Las puertas del laberinto en Oriente Medio, Revista Diplomacia número 61, agosto 2010).

   Lo cierto es que las reiteradas negativas de la UE por abrir de manera decidida el proceso de integración turco, con el conflicto greco chipriota de por medio, han dado alas a Erdogan para poner en marcha la doctrina que se conoce desde hace poco tiempo como el Neo Otomanismo y que viene a señalar que Turquía, debido a su gran potencial militar, su reconocimiento del islamismo moderado como fuente inspiradora del gobierno y las costumbres y su experiencia histórica en la región, no debe mantenerse al margen de los conflictos regionales ni parapetarse debajo del paraguas OTAN sino participar como actor político activo en las relaciones económicas, políticas e interétnicas en un Oriente Medio, que para los turcos siempre se ha extendido desde el Norte de África hasta el Cáucaso, Asia Central e Irán. Y por supuesto Europa.

   La fuerza moderadora de Erdogan puede transformarse tras las elecciones en otro tipo de fuerza. Más aún si consideramos la situación que rodea a Turquía a día de hoy. En la frontera oriental una guerra civil en Irak y Siria entre Estado Islámico y una pléyade de grupos armados al servicio de intereses hostiles, ya sean suníes, saudíes, chiíes o iraníes. Los refugiados producidos por el conflicto así como el tráfico ilegal y las escaramuzas fronterizas. El Mar Negro desestabilizado desde la anexión rusa de Crimea. Rusia utilizando su poder duro y blando en la región. Europea amedrentada por el yihadismo y la OTAN paralizada por la situación de Ucrania. Un hervidero, en definitiva, complejo y altamente preocupante para la población y el ejército turco.

   Cuando en 1526, acosado por España y los Habsburgo, Francisco I de Francia negociaba una alianza militar con el sultán otomano Suleimán el Magnífico, éste, que consideraba al Rey de Francia de menor rango que él, respondió con una misiva que empezaba así: "Yo, sultán de sultanes, soberano de soberanos, dispensador de las coronas de los monarcas en la tierra, la sombra de Dios en la tierra".

   El próximo 7 de junio, el resultado de las elecciones en Turquía puede promover además de una nueva Asamblea, un nuevo cargo político. Una nueva grandeza otomana: el presidente de presidentes, Recep Tayyip Erdogan.

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