MADRID 25 Abr. (OTR/PRESS) -
Y yo. Y yo. Y yo... En las elecciones resuenan esos dulces ecos de los esperanzados del poder. Alguno incluso lo consigue. En la primera ronda francesa ha porfiado por el trono una docena de candidatos. Hay que reconocer que, a diferencia de lo que que es normal en España, los doce parecían saber leer y escribir. Abundantes ejemplos hispanos apuntan a que esta cualidad es innecesaria. Tampoco sus electores tenemos derecho a voltear campanas, a poco que reconozcamos lo poco que comprendemos y lo mal que nos explicamos, como ilustra la comparación - políticos, público y presentador - entre el original español y el modelo francés de "Tengo una pregunta para usted".
Los expertos no saben por qué ganan los que ganan, lo cual es una suerte. Siempre es de suponer una dosis extraordinaria de mala uva y cara dura, que los adictos llaman personalidad. Cuestionado en telediario poselectoral, François Hollande, que le ha hecho hijos a Ségolène Royal (ese nombre de levadura), aclaró que la mayor cualidad de la candidata era la tenacidad y que su mayor defecto también era la tenacidad.
Tenacidad aparte, sería inconcebible que nadie ganara unas elecciones sin un generoso colchón financiero que soporte los gastos. Aunque fuera un genio reconocidísimo, un pobre solo nunca ganaría unas elecciones. Si de verdad es un genio, lo único que le queda es escribir un libro. Es lo que ha hecho ese Gamoneda que le ha soltado al rey un discurso presumiendo de indigente (y no de escritor). Tampoco ganaría quien careciera de instinto para subirse al carro. Basta dejar pasar el carro una vez para que una vida fracase; por el contrario, muchas nulidades han forjado una leyenda por la mera circunstancia de que, hallándose por casualidad en tal sitio, les tocó la lotería.
Como en cualquier sector del mercado, los escaparates deben renovarse para que los clientes aguanten. El panorama político francés era una rareza. Se trataba de la única gerontocracia occidental (si descontamos a Prodi, pero Italia no cuenta porque nadie dura nada). Ahora también en Francia han consumado la renovación generacional, ha habido una liquidación de las existencias y el próximo ocupante o la próxima ocupanta del Eliseo será un pipiolo o una pipiola de cincuenta y pocos.
Resultará cruel, pero, con más de cincuenta, a un político sólo le queda figurar en las necrológicas el día en que deja definitivamente de hacer daño. Esta semana tal honor ha recaído sobre Yeltsin. Desde el más allá, si no está demasiado pedo, este mujik imprevisible que dejó a Rusia empantanada para la eternidad, pero que tuvo anécdotas encantadoras y disfrutó de un par de fotos bien conseguidas, estará desternillándose viendo cómo sus panegiristas hurgan en la memoria, totalmente vacía, para encontrar rasgos positivos que cargar en su cuenta. Porque, como puede decirse de tantísimos polìticos fenecidos, en ejercicio o (es de temer) venideros, ¿qué es lo que hizo Yeltsin bien?
Agustín Jiménez.