Actualizado 29/06/2010 14:01

Andrés Aberasturi.- Y encima protestan ellos.

MADRID 29 Jun. (OTR/PRESS) -

Después de leer más y más noticias sobre intromisiones de la Armada Británica en la aguas territoriales españolas cercanas a Gibraltar, después de haber escuchado más y más quejas de los sindicatos policiales sobre su inseguridad en aquella zona, después de soportar la presencia de submarinos nucleares rotos junto a nuestras playas, ahora resulta que quien mueve pieza es el Gobierno de Su Graciosa Majestad y, muy educadamente, nos pide a que cesemos de hostigar a su flota. Manda huevos, que diría el marinero jurídico. La verdad es que a mí el tratado de Utrecht me viene como muy de lejos y de tanto oír en mi infancia frases lapidarias ("España limita al Sur con una vergüenza") y malísimas canciones pop infinitamente más pelotilleras que reivindicativas, el asunto este del peñón me preocupa mucho más por el narcotráfico y la abundancia de capitales opacos en sus miles de empresas fantasmas que por una cuestión sentimental/nacional. Si esos señores quieren seguir siendo una colonia en pleno Siglo XXI, allá ellos con sus gustos.

Pero esa indiferencia -que estoy seguro no van a compartir muchos lectores- no me impide ver la otra realidad que si me parece muy preocupante: la tradicional soberbia de los británicos y su no menos tradicional desprecio por las normas que nos regulan a todos. Lo que no entiendo es el silencio español no de ahora sino desde que ocurrió el primer incidente entre una patrullera de nuestro país y un barco de la Armada Británica. Hay cosas que se puede discutir años y años, como por ejemplo el futuro de Gibraltar, y hay otras que no deberían esperar ni veinticuatro horas. El peso de un estado, la fuerza de una nación no es sólo cuestión de su PIB sino, sobre todo, de su "estar" en el mundo, un concepto complicado de explicar pero fácil de intuir. Y siempre España se estrella en los mismos sitios: la relaciones con Marruecos por un lado y con el Gobierno de Londres por el otro. Ahí siempre nos pilla el toro porque mientras nuestra diplomacia hace el don Tancredo y ni ve, ni oye, ni siente, ellos o retiran a su embajador con un par o nos manda una nota amenazando con que si otra vez ven a una patrullera y tienen el sol de frente, no se hacen responsables de los que pueda pasar. ¿Y nosotros? Pues como siempre, quitando importancia a todo y calladitos. Ya se sabe la teoría del talante que hoy se lleva: no hacer nada en caliente. Lo malo es que mientras espera a que la cosa se enfríe (no se sabe muy bien por qué) te llueven mandobles en forma de notas de protesta por todos lados. Y lo malo no es eso sino la cara que se te tendría que quedar: ¿pero no era yo el ofendido? Me pisan un pie y mientras espero a que se me pase el dolor para responder fríamente, va y me pisan el otro. Pues nada, a seguir así hasta que se cansen.

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