MADRID 30 Sep. (OTR/PRESS) -
Escribo cuando aún no está cerrada la jornada y, como siempre ocurre, se avecina la consiguiente guerra de cifras y valoraciones. Eso siempre va por barrios. Sin embargo, hay una impresión que desplaza a todas las demás, al menos la que han trasladado los medios de comunicación. Me refiero a una crónica de la jornada más de guerrilla urbana que de paro laboral.
Esa es la foto aún movida a la caída de la tarde de este miércoles 29 de septiembre, que pasará a la historia como el día en que los sindicatos le hicieron una huelga general a Rodríguez Zapatero, como antes se la habían hecho a Felipe González y a José María Aznar. Aunque esta vez todo ha sido más raro. Extraño y muy difícil de entender, si situamos en el aquí y ahora las motivaciones y los objetivos propuestos. Y completamente absurdo, si nos atenemos al equívoco posicionamiento frente a la convocatoria de los tres actores principales. A saber: Sindicatos, Gobierno y Partido Popular.
Los Sindicatos convocan una huelga general contra decisiones del Gobierno y piden a gritos la dimisión de Zapatero. Pero solo como grito de guerra. Si a los líderes sindicales les pides precisión te explican que no quieren que Zapatero dimita sino que rectifique. Lo del Gobierno es casi peor. Respeta la decisión sindical de ir a la huelga y respeta sus motivos, pero aclara que no tiene la menor intención de revisar las decisiones que han provocado la convocatoria.
Y, finalmente, en cuanto al principal partido de la oposición, se encuentra a los sindicatos como inesperado compañero de viaje para tumbar a Zapatero pero, en vez de potenciar ese impulso, el PP da un paso atrás y se queda contemplando el pleito de familia entre el Gobierno y su electorado natural.
Precisamente por eso, lo de este miércoles no va a ser rentable para Rajoy porque Sindicatos y Gobierno son cuñas de la misma madera y en el fondo no se quieren hacer daño. Esa lección se la sabía la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Así que hizo lo posible para azuzar ese enfrentamiento y lograr que los Sindicatos dieran su peor cara. Algo que en parte ha conseguido, con su consabida imposición de servicios mínimos. Especialmente los referidos al derecho de los ciudadanos a la movilidad. O sea, los transportes públicos, verdadera caja negra de este 29-S.
He ahí una lectura política llamada a tener un escaso recorrido. De mayor trascendencia es el impacto de los actos violentos en la imagen de los Sindicatos. Y, más concretamente, del aluvión de testimonios individuales que denunciaban la actuación conminatoria de los piquetes. Han sido tan numerosos que, de hecho, están relativizando la apariencia de éxito difundida por los líderes sindicales en estas últimas horas.