MADRID 23 Dic. (OTR/PRESS) -
Mucha pena y poca gloria sale del antinavideño encuentro del viernes. Nos lo temíamos en vísperas envenenadas por un furtivo contacto del Gobierno con ETA y la filtración informativa del mismo. Sirvió para arruinar la cita de dos o tres días antes de celebrarse. Escuchar a Mariano Rajoy, por un lado, y a la vicepresidenta del Gobierno, Fernández de la Vega, por otro, después del encuentro de hora y media Zapatero-Rajoy, era el camino más rápido para elevar a definitiva la conclusión, hasta ahora provisional, de que el viernes en Moncloa se ha representado el drama de la división de las dos grandes fuerzas políticas nacionales frente a un enemigo común. Moncloa jugó a minimizar el peso de lo hablado por el presidente y el líder del PP sobre el dichoso "proceso". No lo logró. El hecho mismo de tratar con una banda terrorista, el "precio político", la eventual presentación de Batasuna a las elecciones de mayo -con los mismos o parecidos collares-, y la llamada "mesa de partidos", centraron una larga conversación hilvanada en un argumento capital: la legalidad como límite.
Entre la queja de Rajoy de que el presidente del Gobierno no le transmite certezas y la afirmación de la vicepresidenta -persona interpuesta por Zapatero para dar su versión de la entrevista- de que el presidente no necesita ser más explícito en su compromiso con la legalidad, se detecta un espacio de incertidumbres donde cada vez es más difícil abrirse paso. En definitiva, las cosas siguen como estaban respecto al desencuentro del Gobierno y el principal partido de la oposición. Si acaso, algo peor. Es muy difícil ignorar la amarga sensación que acompaña a Rajoy de que, una vez más, Zapatero puede haberle engañado.
En todo caso, el discurso de Rajoy siguen siendo el mismo, firme y nítido ("Yo no soy un chisgarabís", dice) sobre la aberración que supone tratar con una banda terrorista algo distinto a su desarme. El del Gobierno, en nombre de la discreción y la prudencia, se me antoja equívoco, incierto, ambivalente, en cuestiones como la aplicación de su propia regla de oro: primero la paz, luego la política. O la misma posibilidad de que ETA-Batasuna vuelva a sentarse en los Ayuntamientos vascos. "Sería como volver a donde estábamos antes de la Ley de Partidos Políticos", dice Rajoy. Y tiene razón. A las dos partes de les ha llenado la boca de su disposición a entenderse con el otro. Mentira. Si algo ha quedado bien claro tras los acontecimientos de esta semana es que la mejora de las relaciones con el otro no es una prioridad de ninguno de los dos.
Antonio Casado.