MADRID 15 Sep. (OTR/PRESS) -
En el PNV ocurre una tensión entre dos concepciones del nacionalismo vasco que discrepan tanto en el objetivo final como en la metodología para alcanzar sus fines. No es un problema menor como demuestra que Josu Jon Imaz, un político de prestigio en el País Vasco y, sobre todo, en el resto de España, abandone la política para que su partido pueda conciliar las discrepancias.
Los nacionalismos españoles tienen su origen en una herida de nuestra propia historia que se ha ido haciendo cada vez más grande hasta demostrarse en toda su crueldad en la dictadura. Las inclemencias de nuestra historia común han hecho imposible la cohesión de una nación moderna porque quienes estaban llamados a establecerla la hacían irrespirable por la ausencia de modernidad y de democracia. La mayoría de los españoles ha optado por mirar al futuro sin volver la vista atrás ni para tomar impulso. Los nacionalistas, al contrario, se lamen y exhiben sus heridas para que no terminen de cicatrizar nunca porque el victimismo es la fuerza que les permite seguir adelante.
Ahora se trataría de suturar esas heridas y algunos creíamos que la Constitución era el apósito necesario para que sanasen sin dejar apenas huella. No está claro que el procedimiento sea el adecuado y hay quien empieza a pensar que los ungüentos que tratan de calmar los nacionalismos terminan por incitarlo como si las penicilinas actuaran de reactivos de las infecciones. Todo porque no hay un consenso básico que se respete por parte de algunos dirigentes de los distintos nacionalismos que encuentras sus fórmulas de prestigio en el incremento de la tensión con el Estado.
La reciente experiencia del estatuto de Cataluña demuestra que hay nacionalistas insaciables a los que toda progresión en la autonomías les sirve de punto de apoyo para incrementar sus pretensiones.
El asunto es irresoluble porque a quienes dirigen los nacionalismos no se les exige una definición del modelo final: ¿de verdad quieren la independencia de España con todas las consecuencias políticas, sociales e internacionales que tendría ese supuesto? ¿Por qué solo exhiben el señuelo idealista de la ensoñación irrealizable de una patria separada?
Debiéramos acabar con este juego porque resulta agotador y, sobre todo, nos impide caminar como nación en el mundo.
Carlos Carnicero