MADRID 4 Jun. (OTR/PRESS) -
Tuve la ocasión de vivir en la España en blanco y negro de la dictadura. Europa era un sueño lejano y difuso donde la vida era en tecnicolor. El tratado de adhesión de 1986 significó el acceso al club de la prosperidad, pero sobre todo al de la democracia. Nos llenó de esperanza.
Me pondré en positivo. Creo que hemos aprendido las lecciones pero no tengo claro que dispongamos de los mecanismos para evitar la repetición de los errores.
Es cierto que la responsabilidad de lo sucedido debe ser compartida. Pero estratificada en niveles. Los sucesivos gobernantes no supieron conjugar crecimiento y consumo razonable. Todo el mundo es responsable de firmar el crédito que se lo ofrece, pero quienes crearon la burbuja inmobiliaria no tienen la misma responsabilidad que quienes firmaron las hipotecas.
España creció mucho en nivel de vida, pero el común de los ciudadanos se dejó los lomos para vivir con dignidad mientras los buitres de la banca y la construcción se hacían híper millonarios. Se estableció la falsa ecuación entre el consumo y la felicidad. Se olvidaron los valores ciudadanos del respeto, la solidaridad y la excelencia.
El informe sobre infraestructuras en España, financiado en gran parte de los fondos europeos, es demoledor. AVE a todas partes sin importar su necesidad; aeropuertos fantasmas. Obras suntuarias en cada comunidad como si sus presidentes fueran faraones ocupados en pasar a la posteridad. Ningún criterio de austeridad y de inversión inteligente en los gestores públicos. Despreocupación por la productividad y la excelencia.
Déficit dramático en educación. Presencia de la religión en la vida pública invadiendo los espacios de pluralidad y convivencia. Desigualdades de renta absolutamente insoportables.
No hemos solucionado el programa de integración de España en sí misma; seguimos con los agotadores debates identitarios. Fragilidad y crisis de las instituciones esenciales de la democracia: justicia, partidos políticos y sindicatos, Corona...
Salvar a España dentro de Europa exige revisar a fondo nuestros credos vulnerados. Significa cerrar la transición y la configuración definitiva de una España de las autonomías estable, sin pleitos pendientes, y con la racionalización del gasto de acuerdo a la democracia y a la eficacia de la gestión del bienestar de los españoles de cada rincón de España.
Quizá todo esto suene a volver a empezar. Pero en el fondo una revisión general de nuestros credos lo exige. Recuperar la utopía. Generar y universalizar el concepto de ciudadanía. Recupera la intransigencia en el ejercicio de las responsabilidades.
Pero para realizar toda esta tarea hay que empezar por una revisión del pacto democrático entre los ciudadanos y nuestros representantes y desactivar urgentemente esta sociedad de castas en donde los elegidos se saltan todas las talanqueras y los ciudadanos están arrinconados en sus derechos. Todavía estamos a tiempo.