MADRID 17 Nov. (OTR/PRESS) -
El anuncio de la ruptura matrimonial de los duques de Lugo ha coincidido con la ultima encuesta del Instituto Nacional de Estadística, según la cual, la cifra de matrimonios disueltos en España ha aumentado en un 6,5 por ciento y desde que entrara en vigor el llamado "divorcio express" el porcentaje de matrimonios que formalizó su ruptura con esta fórmula se ha elevado en un 74,3 por ciento mientras las separaciones han disminuido en un 70 por ciento. El dato solo sirve para constatar el cambio experimentado por la sociedad española en los últimos 20 años donde las separaciones y divorcios están a la orden del día por lo que es rara la familia que no tiene en su seno una pareja rota.
Es verdad que la familia real no es una familia más, aunque en su seno tengan los mismos problemas y dificultades que el común de los mortales, pero sería totalmente injusto utilizar un asunto privado entre dos de sus miembros para atacar a la institución y volver a abrir el debate sobre los privilegios de la Monarquía en España consagrados, por ciento, en la Constitución. Es verdad que nuestra Carta Magna prevé la inviolabilidad del jefe del estado y la especial protección de la que gozan los miembros de su familia en el código penal pero seria demagógico poner solo el acento en eso sin valorar las obligaciones que tiene la Monarquía y el papel fundamental que juega en España una institución que simboliza no solo la unidad, sino nuestro marco de convivencia.
A mí personalmente de la separación de los Duques de Lugo -aunque la Zarzuela la haya dado a conocer de forma absurda con ese eufemismo absurdo de "cese temporal de la convivencia conyugal"- sólo me importa sus efectos jurídicos que según han dicho no tienen. Tampoco tiene mayor trascendencia el asunto de la sucesión que algunos han utilizado como parte del conflicto. La infanta Elena es la cuarta en la línea de sucesión al trono- por detrás de su hermano y las dos hijas de éste- por lo que sus posibilidades de tener que asumir la jefatura del Estado son remotísimas, por no decir imposibles. No me interesa nada la vida personal de la pareja ni me muero por saber el último cotilleo o alguno de sus secretos de alcoba.
Debo ser una rara avis en un país de cotillas empedernidos y de huelebraguetas elevados a la categoría de personajillos públicos. Me da igual que el cotilleo se trate de un miembro de la familia real o de mi vecina del quinto. La intimidad es lo mas sagrado que tiene uno y cualquier violación de la misma, por puro morbo, me parece un acto pornográfico. Me repugna profundamente que los medios de comunicación y especialmente las televisiones se hayan convertido una especie de inquisidores a la antigua usanza, en los distribuidores de todo tipo de casquería putrefacta de alta y baja cama, con la siempre socorrida excusa de la demanda y la sacrosanta audiencia. Solo quien es capaz de ver la paja en el ojo ajeno y no advertir la viga en el propio puede tirar la primera piedra sobre cualquier asunto privado sin sonrojarse lo mas mínimo, salvo que se crea por encima del bien y del mal y si es así ¡Sálvese quien pueda! El "pobre" Marichalar lo tiene crudo porque, eso sí, los dardos se lanzan siempre contra los más vulnerables y él es el patito feo de esta historia, de cuentos de Cenicienta.
Esther Esteban.