MADRID 10 Nov. (OTR/PRESS) -
¡Ha vuelto! El obispo Setién, ese hombre que siempre ha ejercido su acción pastoral con una vara de medir particular según la cual a las víctimas se las considera verdugos y viceversa, y en cuya opinión la banda terrorista "ha padecido mucho dolor con los asesinatos de los GAL, las torturas policiales, los encarcelamientos, la dispersiones de presos y de las personas allegadas a ellos", mientras las víctimas inocentes de los asesinados son culpables por poner a tiro sus nucas, ha aparecido de nuevo con sus viejas tesis.
Si de muestra vale un botón, el día que se cumplió el primer aniversario de la muerte del concejal del PP Gregorio Ordoñez, su viuda, Ana Iribar, se fue a hablar con él a la catedral del buen pastor para solicitar su visto bueno a la celebración de la correspondiente eucaristía y salió llorando de la entrevista por la frialdad con que Setién, ese hombre de la Iglesia, le negó el permiso alegando que se trataba de "un acto político".
Una actitud premeditadamente fría y distante que se repitió años después, cuando María San Gil, ¡qué valiente esa mujer!, y María José Usandizaga -esa que removió conciencias con la demoledora frase de "ahora ya no nos matan, pero no nos dejan vivir"- acudieron juntas a visitar al obispo de su diócesis para solicitar su amparo en ese terrible trance que una y otra soportaban con los terribles asesinatos de sus compañeros. El prelado las recibió una vez más con frialdad y escuchó impertérrito cómo las dos mujeres -en su condición de católicas practicantes que acudían a su pastor para buscar amparo y sosiego y le imploraban su ayuda, invocando el precedente de familiares de presos etarras que siempre habían hallado consuelo y apoyo en el obispo donostiarra- se encontraron con la más despiadada de las respuestas: "¿Y a vosotras quién os ha dicho que un padre tiene que querer igual a todos sus hijos?".
Pues eso... que monseñor lo tiene claro y yo también, si hoy le tuviera delante y 'a tiro', no a través de la mirilla de una Parabellum, sino de mi pluma -ahí está la diferencia entre una demócrata y un asesino- le preguntaría exactamente lo mismo, que le preguntó Gregorio Ordóñez en la primera y última entrevista que tuve ocasión de hacerle: "¿Monseñor, usted cree en Dios?"...
A mí, oyéndole en su nueva aparición triunfal me parece que no. Por eso exactamente a mí, a Esther Esteban, el obispo Setién me pone... de los nervios.
Esther Esteban