MADRID 30 Dic. (OTR/PRESS) -
Sin poner en duda los crímenes cometidos por Sadam Hussein cuando era el amo de Iraq, parafraseando a Fouché, bien podría decirse que ahorcar a Sadam sería algo peor que un crimen: sería una equivocación. Si acaba en la horca, le habrán convertido en un mártir. Mártir y senda de nuevas venganzas en un país arrasado ya por la invasión, la guerra y las venganzas.
Por cierto que algunos de los crímenes de Sadam -recuérdese la génesis de la guerra contra Irán-, fueron instigados por quienes mandaban entonces en Washington y veían en el régimen del "ayatollá" Jomeini la reencarnación del Maligno. Salvando las distancias, este tipo de sórdidos capítulos de "real politik" podrían también escribirse sobre las primeras andanzas de Bin Laden en Afganistán cuando para hacer frente a la invasión de Moscú, desde los EE.UU., apoyaron con armas y dinero a los "talibanes" que acabaron tomando Kabul, para revolverse años después contra Washington inspirando los atentados terroristas contra las Torres Gemelas. La historia se repite y pasa de la farsa a la tragedia con asombrosa facilidad.
Han sido jueces iraquíes quienes han juzgado al dictador pero la sombra de la ocupación americana de Iraq gravita sobre la sentencia. La imposición de la pena de muerte en un escenario en el que decenas de personas son asesinadas todos los días no añade más que tragedia a la tragedia. Condenar a Sadam a reclusión de por vida sería cimentar el valor de la vida por encima de todos los demás valores. Idea ésta, alejada de las de un personaje como George W. Bush (que confirmó sentencias de muerte cuando era gobernador de Tejas) y que pasará a los libros de Historia por ser el padre de la guerra que arruinó las esperanzas de paz mundial nacidas tras la caída del Muro y el posterior colapso del mundo comunista.
Fermín Bocos.