Actualizado 14/11/2006 01:00

Fermín Bocos.- Ingenuos y pragmáticos

MADRID 14 Nov. (OTR/PRESS) -

Turquía es un país a caballo entre dos mundos. El que procede de la cultura y formas de vida impuestas por la tradición musulmana y el forjado por su opuesto: el "kemalismo", movimiento político fundado por Kemal Ataturk, el militar que impuso las normas que convirtieron a Turquía en un Estado laico con la mirada puesta en Occidente. Ataturk prohibió el fez en los hombres y el "yihab" a las mujeres. Impuso el alfabeto latino y una Constitución copiada de la italiana. Murió de cirrosis en un país donde hasta entonces, con arreglo a las prescripciones coránicas, estaba formalmente proscrito el consumo de alcohol. Su inmenso prestigio como militar -había derrotado a los ingleses y australianos en Gallípoli y a los griegos invasores en Capadocia- le permitió cambiar el país enterrando definitivamente al "enfermo de Europa" que había sido el Imperio Otomano.

Sus reformas fueron contra el sentir popular que, sobre todo en las zonas rurales de Anatolia, estaba profundamente enraizado en las pautas religiosas y sociales musulmanas. Muerto Ataturk, sus sucesores militares se convirtieron en guardianes de un legado cuyo mensaje pro occidental fue perdiendo grados con el paso de los años. Turquía forma parte de la OTAN y desempeñó un papel clave en el cerco psicológico a la URSS durante los años de la guerra fría, pero buena parte de la sociedad turca nunca dejó de sentirse musulmana. La laicidad no ha permeado en la sociedad. Sólo las clases altas y una parte de la burguesía han adoptado las pautas de vida europeas occidentales. El bazar en Estambul, gran parte de los funcionarios civiles del Estado y, sobre todo, las granes masas de población rural, son musulmanas.

El actual Gobierno de Ankara tiene detrás un partido confesional. El primer ministro Tayib Erdogan estuvo sometido a un proceso penal por incitar a la lucha política en nombre de la religión. Es un político pragmático que hacia dentro vende y practica una religión que en la práctica relega a la mujer a puestos ancilares -tanto en la familia como en la sociedad-, y hacia fuera ofrece la mano que necesita Occidente para equilibrar su mala conciencia por lo que está pasando en Palestina y en Irak. Y quiere estar en la Unión. Es mejor que Turquía esté dentro que fuera de la Unión Europea, pero si quiere entrar tendrá que respetar los valores democráticos sobre los que se apoya la Unión. Tengo para mí que ésa es la verdadera piedra de toque. Además, claro está, del reconocimiento político de Chipre. Erdogan no es el Esquilache turco, ni mucho menos el Adolfo Suárez de Ankara. Alguien debería decírselo al señor Rodríguez Zapatero para que no pierda más tiempo con su ingenua propuesta de "alianza de civilizaciones".

Fermín Bocos.

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