MADRID 23 Oct. (OTR/PRESS) - Mucho es de temer que el Partido Popular esté a punto de cometer su enésimo error, y que lo haga este mismo lunes. Que es cuando, a su manera insultante, el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, ofrecerá a Mariano Rajoy un pacto contra la corrupción urbanística, que es de lo que se habla en todas las reuniones, tertulias, cenáculos, mentideros y cafés del Reino. Entonces, ocurrirá, es de temer, que, a su manera indignada, el PP dirá que de ninguna manera acepta ese pacto tramposo -puede, claro, que lo sea- y que de la corrupción urbanística el mayor culpable es el socialismo rampante. A lo que los socialistas responderán que más cierto es que ha sido el PP, en sus ocho años de mandato, el que ha olvidado los controles imprescindibles para evitar que tantos concejales de Urbanismo se pongan las botas, y que no hay más que ver dónde se localizan los mayores escándalos de la mafia del ladrillo, a lo que el PP replicará que, si bien se mira, y obsérvese Ciempozuelos (Madrid), son alcaldes y concejales socialistas los que, y entonces el PSOE dirá que hay que ver lo de los familiares de Esperanza Aguirre y el director general de Urbanismo de la Comunidad madrileña, y a continuación los populares argumentarán que... Y, mientras, la casa sin barrer, nunca mejor dicho. Lo lógico, para cualquier observador imparcial y limpio de esta política embarrada nuestra, sería que los populares aceptasen el reto envenenado de Blanco, empezasen a destituir a concejales corruptos, exigiesen lo mismo del otro lado, se comprometiesen (ambos) a reformar la ley del Suelo, a establecer controles medioambientales severos, a crear algún organismo de control con poderes efectivos (por cierto: ¿qué pinta el Ministerio de Medio Ambiente en todo esto?). Hagamos un pacto: la culpa inicial de todo esto la tiene el franquismo, encantado de edificar donde fuese y como fuese, especialmente en los más paradisíacos lugares de la costa. Otros países del entorno famoso hicieron lo mismo, al fin y al cabo. Y, después, aquí no se ha librado nadie en la culpa del horror. ¿O es que los Jesús Gil, los poceros y los palomas, por no citar sino a los pequeños -con los 'grandes' no hay quien se meta, claro; te pueden electrocutar-, actuaron a la sombra de un solo partido, de una sola coyuntura política? Si aceptamos esto, será posible revisar algunos de los atentados medioambientales más flagrantes por consenso, y por consenso detener algunos de los horrores ya en marcha (sí, ya sé que usted también conoce dos o tres aberraciones en proyecto). Y, desde luego, prevenir algunos de los horrores por venir. En lugar de esto, ustedes pueden seguir tirándose los trastos a la cabeza, culpando al otro de mayores desmanes que al propio, ustedes pueden decir que el rival no tiene voluntad de arreglar las cosas. Los españoles piden soluciones y ustedes nos dan tertulias radiofónicas, o menos que eso. Gato por liebre en esto, en la negociación con ETA, en la inmigración, en el concepto territorial, en el fiasco exterior -hasta Putin, fíjese, se ríe de lo que está pasando en esta piel de toro: el colmo... Que España siga yendo bien solo puede deberse a una cosa: al resto de los españoles, que, ya se sabe, no pueden dedicarse ni al ladrillo ni a la política, los pobres.
Fernando Jáuregui