MADRID 26 Oct. (OTR/PRESS) -
La designación, sorpresiva hasta para él mismo, de Miguel Sebastián como candidato socialista a la alcaldía madrileña devalúa la batalla de Madrid. Ahora es una batallita. Sebastián no es rival para Ruiz Gallardón a la hora de competir para el sillón municipal, ni Rafael Simancas lo es de una Esperanza Aguirre cuestionada y con mal equipo, pero claramente en alza. Parece que Zapatero ha optado por perder en la capital, que es la joya de la corona en las elecciones municipales y autonómicas. Por contra, gana algunas cosas: aleja a Sebastián de La Moncloa, donde empezaba a ser un estorbo, mantiene en el Gobierno a la imprescindible María Teresa Fernández de la Vega y abre una línea de coherencia para la política económica del Gobierno, en la que Solbes ya no tendrá enfrente de sus decisiones a la eterna 'contra'.
Resultaría muy difícil convencerme de que este paso, la designación hacia el estrellato -del verbo estrellarse- de Miguel Sebastián, es algo más que una de las improvisaciones de Zapatero. Sin duda, acuciado por la necesidad de encontrar cuanto antes un candidato, con el Partido Socialista Madrileño levantado casi en armas, con la rechifla universal silbándole ya en los oídos, vio venir por un pasillo al director de la oficina de planificación económica monclovita, el superasesor Miguel Sebastián, y le hizo una oferta que el pobre no pudo rehusar. Aquí te pillo, aquí te mato.
Y no lo digo pensando en que al presidente la figura de Miguel Sebastián le parezca secundaria. Fue en él en quien primero pensó como ministro de Economía y Hacienda. Pero el candidato rechazó la oferta por unas cuestiones personales que todos saben y nadie quiere repetir, entre otras cosas porque la figura humana de Miguel Sebastián es muy respetable. Lo que ocurre es que cada cual ha de ocupar el puesto de le corresponde, y no otro, y debe, al tiempo, evitar ceder a las vendettas cuando desempeña ese cargo que le es inconveniente. Sebastián vio con claridad que el cargo de superministro económico le iba grande por razones varias, y se conformó con el claroscuro de un reducto -bueno, en realidad un Ministerio paralelo- en La Moncloa. No comprendió tan nítidamente que desde ese reducto no debía planificar venganzas que no se servían tan frías como es aconsejable, y trató de desalojar del BBVA a quien primero le desalojó a él. Error que pagará siempre.
Por lo demás, seguro que ha dado buenos consejos a un presidente que de economía nada sabe. Y seguro que ha acabado enfrentándose con poderosos personajes monclovitas, aunque siempre lo ha hecho sin alharacas.
Su figura, junto a la de su correligionario Rafael Simancas, como par de ases a la conquista de Madrid, resulta, en fin, un tanto endeble. Por algo lo habrá escogido el dedo omnímodo, casual y juguetón de Zapatero. Pero seguro que para ganar, no.
Fernando Jáuregui.