MADRID 21 Dic. (OTR/PRESS) -
Ni siquiera ha sido preciso el decreto de disolución de las cámaras legislativas para convocar elecciones, cosa que se hará en la primera mitad de enero; este jueves fue el último día de la legislatura en el Congreso y en el Senado. Sus señorías se despidieron -algunos, para no regresar por el hemiciclo; los más, confiando en volver- hasta abril, y concluyeron a marchas forzadas el último pleno de la Cámara Baja, que aprobó cosas importantes, como todos los 'plenos escoba'. El Gobierno tuvo la satisfacción de recibir una difícil 'luz verde' a los Presupuestos para 2008 y al polémico canon digital. Quizá vencieron sin convencer demasiado, pero vencieron al fin, que en aritmética parlamentaria es lo que importa.
Así que la euforia de Zapatero en esta última comparecencia suya ante el Parlamento en esta legislatura era genuina; dicen sus allegados que él se muestra muy seguro de que todo le ha salido bien en estos casi cuatro años, y que recibirá el correspondiente premio en las urnas. Exactamente lo contrario piensan, o eso dicen al menos, en el Partido Popular. No es, ciertamente, la primera vez que vivimos este clima: de hecho, la historia se repite. Como se repite, cada cuatro años es lo mismo, que desaparezca el colchón de convivencia que, pese a todo, es el Parlamento, sede teórica de diálogo político, para dejar desnudo el campo de batalla que es una campaña electoral.
Una legislatura que se va, aunque sea una tan anómala, tensa, agria y poco fructífera como esta, siempre deja algo de nostalgia en quienes hemos tenido que acompañarla. Pero sabemos que las cosas no serán iguales tras las elecciones: han quedado pendientes demasiados temas importantes como para que los grandes partidos no se entiendan. Muchos diputados y algunos senadores con los que he podido hablar en los últimos días corroboran la tesis de que el presidente del Congreso saliente, Manuel Marín, tenía razón cuando dijo, hace tres semanas, que no puede repetirse una legislatura como esta.
Fernando Jáuregui.