Estamos, llenos de contradicciones como nos hallamos, ante una semana contradictoria más. Por ejemplo, es curioso que casi coincidieran en el tiempo las manifestaciones del día de la igualdad de la mujer y las manifestaciones contra la nueva regulación del aborto, o 'ley Aído', como quiere conocérsela. Curioso que coincidan la concentración en Jaén a favor del juez Garzón y los manifiestos más radicales que proclaman, sin más, que el juez es un prevaricador. Son, si usted quiere, las dos últimas manifestaciones de la maldición machadiana de las dos españas, irreconciliablemente enfrentadas ante casi todo y sin tener plenamente la razón ninguna de ellas, porque sus argumentos son siempre extremados y, por tanto, errados.
No, yo no puedo estar con los manifestantes contra la nueva ley del aborto porque pienso que, en el fondo, la convocatoria está politizada y es utilizada desde planteamientos cercanos a la ultraderecha. Y conste que respeto plenamente el derecho de la Iglesia, de los partidos políticos y de la sociedad civil a expresar su rechazo, faltaría más, a esta ley cuestionable e innecesaria (que nos digan si alguna mujer fue encarcelada en los últimos seis años por abortar). Esta 'ley Aído' resulta inconveniente porque, entre otras cosas, el tema, el derecho -derecho, sí_ de la mujer a disponer de su propio cuerpo ya estaba de hecho reconocido y el debate sobre algunos aspectos de la nueva regulación no ha provocado sino nuevas divisiones en el cuerpo social español. Yo no estoy, claro, a favor del aborto: nadie está, me parece, a favor de algo que es una desgracia para quien lo padece y para la sociedad en general. Pero sí estoy con los derechos que las mujeres se han do ganando día a día.
Tampoco estoy con quienes se extasían ante las virtudes de Baltasar Garzón como juez. Es, pienso, un mal instructor, que provoca lo que la Justicia jamás debe provocar: la polémica y el escándalo. Pero de ahí a proclamarle prevaricador hay un abismo. Existen gentes a las que Garzón no les parece un espejo ejemplar de lo que ha de ser un juez, pero que, al tiempo, comprenden que ha sido un magistrado valiente que ha metido la cabeza, para que se la corten, en los más espinosos asuntos. Y el de la memoria histórica, cuando Franco sigue sin ser considerado oficialmente un genocida, es uno de ellos. Que grupos ultraderechistas y la mismísima Falange, con todas las evoluciones que usted quiera que haya experimentado en este tiempo, se hayan lanzado a por Garzón, casi merece salvar la honrilla profesional de un juez que, sin embargo, lamentablemente ha cometido más de una irregularidad y es de suponer que haya de pagar un cierto precio por ello: empieza ahora su 'semana judicial de pasión'.
Lo peor es eso: que siempre andamos como en el billar, de extremo a extremo, pactos sí-pactos no, IVA subida sí-subida no, jubilación a los sesenta y siete o prejubilaciones a la carta... Cuando lo inteligente sería debatir sobre posiciones templadas, intermedias, tolerantes: pactar lo que convenga y, el resto, dejarlo al juego de confrontación entre Gobierno y oposición. Subir el IVA en algunas cosas y bajarlo en otras, sabiamente medidos ambos platillos de la balanza. Modificar la regulación laboral sin machacar los derechos adquiridos de los españoles.
Y así en todo. Todo se puede pactar y debatir sin necesidad de descalificar plenamente a quien no piensa como nosotros, como hacen en ciertas tertulias televisivas tan en boga. Y, así, sin duda, la Iglesia puede y debe manifestarse por aquello en lo que cree, pero no excomulgar a todos -bueno, menos a uno_ los que han sancionado la ley del aborto. Sin duda, Garzón merece críticas y aplausos, pero no solamente una u otra cosa, el cielo o el infierno. Y así andamos, binarios, simplificando y, por tanto, haciendo más complejos, los problemas. Problemas a los que, de nuevo, habremos de enfrentarnos en esta semana, la segunda en la 'carrera por los acuerdos' económicos y sociales.
Por eso, algunos, aun a sabiendas de que, como siempre, nos van a caer palos de uno y otro extremo, nos quedamos en casa ante los distintos voceríos, incluyendo ese que pretende que entretodosarreglemoslascosas.org, o como quiera que titulen la campañita, que está organizada más bien por algunos que por otros, y en ningún caso por todos. Que griten ellos, que algún día lo que se escuchará será el silencio reflexivo y, sobre todo, escandalizado. Claro que, para entonces, puede que sea ya demasiado tarde.
Fernando Jáuregui
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