MADRID 30 Oct. (OTR/PRESS) -
La televisiones se llenan de julianmuñoces, mayteszaldivar o vividoresdecarminaordoñez, como si esas personas tuvieran algo que enseñar, algo que decir o algo de lo que aprender. Ya he dicho muchas veces que la culpa no es suya -ellos sólo han descubierto un filón con el que hacerse de oro- sino de quienes les programan, les contratan y les pagan. No es la prensa rosa ni la del corazón sino la de la bilis, porque no hacen más que enorgullecerse de lo que deberían estar avergonzados. Lo malo, además, es que esos programas acaban convirtiendo en famosos a los vividores sin oficio. Y todos nosotros, en mayor o menor medida, respaldamos esos bajos negocios de los bajos fondos sociales. No hablo de dinero ni de extracción social sino de valores.
No digo que las televisiones tengan que andar ocupándose sólo de personas intachables. La televisión y los medios son información y espectáculo, entretenimiento y cultura. Pero sí podría haber mayor equilibrio y, sobre todo, no pagar a quienes no trabajan. Encumbrar a los que lo merecen. Por ejemplo, a Paco Fernández Ochoa al que una cadena dedicó hace tiempo un reportaje impagable porque era un canto sin aristas a favor de la lucha por la vida. Tiene cáncer pero si muere por esa causa (ojalá que no) lo hará luchando, sonriendo, animando a los demás. Este fin de semana le han ofrecido un homenaje en Cercedilla, su pueblo, y alguien ha escrito que Paquito es inmortal. Lo es por sus éxitos deportivos, nuestra primera medalla de oro en unas Olimpiadas de invierno, pero sobre todo porque es un luchador optimista e invencible en esa batalla tan dura que es la vida.
El otro caso es el de Irene. Tenía 17 años y apenas había empezado a vivir. Una sepsis meningocócica se la llevó en unas horas hace poco más de un año. Todos hemos oído hablar de la meningitis, la inflamación de las meninges, que para muchos padres es un terrible temor, pero la sepsis, infección de la sangre, es aún peor. Su padre, Jorge Megías, no pudo hacer nada para salvar a Irene, pero no se ha quedado quieto: ha escrito un libro, 'Mi vida después de Irene', ha creado una fundación con el nombre de su hija, quiere ayudar a otros padres, evitar que pasen lo que él y su mujer sufrieron y, además apoyar a las familias que sufren estos casos (www.contralameningitis.org). Es un caso muy concreto, como el de Paco Fernández Ochoa, pero son dos testimonios de cómo se puede luchar desde abajo para llegar a todo el mundo. Irene y Paco, Don Francisco, son la otra cara de la moneda, la otra sociedad, la que sufre y se levanta, la que lucha por sobrevivir o por enseñar a vivir a otros. La sociedad real.
Francisco Muro de Iscar