Actualizado 29/04/2009 14:00

Isaías Lafuente.- Sin disimulo.

MADRID 29 Abr. (OTR/PRESS) -

Si uno prescindiera de la palabra y observase sólo el rastro gráfico que está dejando en las televisiones y los periódicos la primera visita oficial del presidente de la república francesa a España, seguramente sacaría conclusiones equivocadas. La primera de ellas le llevaría a pensar que la presidenta es ella y el señor Sarcozy su consorte. Todos los objetivos la buscan, rastrean cada uno de sus gestos, indagan en las miradas masculinas y femeninas que se despiertan a su alrededor y buscan comparaciones con otras protagonistas, especialmente con la princesa de Asturias, intentando calibrar si sus biografías, con evidentes elementos comunes, han dejado también algún rastro en su línea corporal.

Sería fácil concluir que el machismo, mal endémico en España desde tiempos inmemoriales hasta antes de ayer, sigue proyectando su mirada en estos tiempos modernos. Pero no podemos ignorar que si mañana George Clooney se casara con una mujer que alcanzase la presidencia de Estados Unidos, lo normal es que nos encontráramos con fenómenos inversos muy parecidos. Porque es evidente que el machismo en estas últimas décadas no ha desaparecido, sólo se ha sofisticado, y se desparrama sin disimulo hasta en los momentos más solemnes de una visita de Estado. Y lo más grave es que una sociedad progresivamente igualitaria no sólo no lo ha erradicado, sino que ha generado un fenómeno nuevo y simétrico por contagio - ¿podríamos denominarlo hembrismo? - que cursa la misma consideración de objeto de algunas mujeres por los hombres. Una realidad aprovechada, hoy como ayer, por el cine, los medios y la publicidad. Constatar esta realidad no ha de servirnos de consuelo sino de preocupación. Tampoco el hecho de que el fenómeno sea universal y no patrio, y de que se proyecte en cualquier lugar del mundo sobre cualquier consorte glamurosa, ya se llame Michelle o Carla. Si algún responsable del protocolo del Estado hubiera decidido prescindir de la Marsellesa y recibir al presidente Sarkozy al son de algún éxito de su esposa no hubiera hecho más el ridículo que los fotógrafos que han buscado sin descanso inmortalizar el culo de la primera dama y los medios que han decidido que la imagen tenía algún valor informativo.

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