Actualizado 26/12/2006 01:00

Isaías Lafuente.- La familia

MADRID 26 Dic. (OTR/PRESS) -

El discurso del rey Juan Carlos forma parte de las tradiciones arraigadas de la navidad, como el turrón o el cava, el belén, las reuniones familiares, las compras y la gula sobrevenida. Suele ser un discurso sereno, equilibrado y medido hasta en las comas, con lo que también se ha convertido en tradicional que satisfaga a todas las fuerzas políticas. Este año, la apelación al consenso y a la unidad para superar las trabas que nos impiden llegar a una solución al drama del terrorismo, sin olvidar un escrupuloso respeto a la legalidad y a la memoria de las víctimas - no sé de qué me suena todo esto -, ha sido el aspecto más comentado, seguramente porque era también el más esperado del mensaje real. De los discursos del rey cabe esperar poquísimas sorpresas. De las reacciones de las fuerzas políticas, apenas ninguna. Así que no perdamos demasiado tiempo en hacer la glosa.

Dentro del repaso universal que el monarca hace a los logros y a las preocupaciones de nuestra sociedad no han faltado las evidentes, las que hacen referencia a nuestro espíritu solidario y a las carencias sobre las que debemos seguir trabajando para alcanzar mayores grados de justicia en un país que en muy poco tiempo ha dado pasos extraordinarios en la materia. Tampoco faltó el recuerdo para nuestros soldados que trabajan en el mundo para intentar que se imponga la razón sin el uso de la fuerza, y algunas alusiones al respeto debido al medio ambiente, acosado en los últimos tiempos por catástrofes naturales, incendios devastadores y un crecimiento urbanístico desmesurado.

Eché de menos una alusión más directa a la corrupción, cáncer devastador y trasversal que arrasa en la misma proporción que la furia de la naturaleza. El impacto mediático y social que han tenido los últimos casos destapados no concuerda con la sordina impuesta en el discurso, y ésta es una distorsión que se tendría que haber corregido. También eché de menos una referencia más amplia a la familia como pieza fundamental en el engranaje de nuestra estructura social; la alusión se resolvió en una frase tan genérica que los defensores de la familia tradicional no tardarán ni un minuto en apropiársela.

Si algo quedará en la historia de cuanto ha pasado en el año que está a punto de agotarse, será la legislación que ha permitido regularizar la situación de miles de parejas homosexuales que vivían su relación con normalidad ignoradas por la ley, que hasta ahora se había conformado con no perseguirlas, dejándolas en el limbo de la indefinición jurídica. El paso dado por nuestro país para intentar normalizar en la ley lo que ya era normal en la vida ha sido atacado por los sectores más conservadores de nuestra sociedad, los mismos que en su día se opusieron, por ejemplo, al divorcio. No sé por qué, cuando pienso en esto siempre me acuerdo de Francisco Álvarez Cascos. Imagino en la nochebuena a muchas de estas nuevas familias celebrando la fiesta con los suyos en un año muy especial para ellos. E imagino que si yo eché de menos unas palabras más cercanas por parte del rey a su nueva situación, ellos también debieron de hacerlo. Si sólo fue un despiste, pase; en un discurso tampoco cabe esperar que se llegue al pormenor del último matiz. Pero si esa alusión evidente, en un año evidente, se evitó para no ofender a quienes se han opuesto a la normalización de este tipo de familias, la cosa sería más preocupante.

ISAIAS LAFUENTE

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