Actualizado 18/12/2007 01:00

Isaías Lafuente.- Pisando Charcos

MADRID 18 Dic. (OTR/PRESS) -

Lo malo que tienen las campañas electorales prolongadas es que alargan la pista en la que las formaciones políticas pueden pisar charcos. Este fin de semana, los dos grandes partidos han probado el fenómeno, imagino a los estrategas de Ferraz desolados con el menguado impacto de las últimas promesas de Zapatero. Aplicado en contar los planes que tiene para prolongar la bonanza económica de los últimos años, a pesar de los vientos desfavorables que soplan, prometió crear dos millones de empleos en los próximos cuatro años, reducir en un punto la tasa de paro, recortar la temporalidad y seguir avanzando en la ocupación de las mujeres. Pues nada de nada. La alquimia mediática transformó la categoría en anécdota, y viceversa, y el debate con el que iniciamos la semana se centra en la propina que los españoles dejamos cuando tomamos un café, tras haber sido informados por el vicepresidente Solbes de que somos una pandilla de manirrotos que aún no hemos interiorizado el valor del euro y vamos despilfarrando la herencia de nuestros hijos en la barra de un bar. Imagino también a Mariano Rajoy comiéndose la tarjeta sanitaria que exhibió ante los ciudadanos españoles emigrantes, cuyo eco ha durado lo que un caramelo a la puerta de un colegio. La cena privada de José María Aznar con quien hasta hace cinco minutos era considerado alma del terrorismo internacional ha desbaratado todas las acusaciones de pecado que el PP ha lanzado en los últimos años contra Zapatero. Porque la diplomacia obliga a tragar según que sapos, pero una cena privada o se elude educadamente si es incómoda o se asiste a ella por gusto. Y además, lo de Madrid. Las declaraciones de Ignacio González, esgrimiendo los estatutos del partido contra Gallardón para recordarle que la alcaldía es incompatible con un escaño en el Congreso, nos hace pensar que Rajoy habrá exclamado de nuevo un íntimo "¡Joder,qué tropa!", pensando en sus barones madrileños. En fin, quedan aún interminables caminos que recorrer. Pero Zapatero y Rajoy deben comenzar a interiorizar que quien llegue a los debates televisivos menos embarrado por los charcos, los propios o los fraternos, saldrá con ventaja.

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