MADRID 11 Feb. (OTR/PRESS) -
José María Aznar ha reconocido esta semana, después de cuatro años, que en Irak no había armas de destrucción masiva. Para mitigar el error, de consecuencias trágicas por todos conocidas, dijo de manera displicente "tener el problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes" y utilizó el tramposo argumento de autoridad de que entonces "nadie lo sabía": "todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva". Eludido el diagnóstico sobre la listeza del ex presidente, a quien no le vamos a negar su capacidad de autoanálisis, no se puede sostener con rigor que "todo el mundo" pensara que el régimen de Sadam tuviera el mortífero arsenal.
Un mes antes de comenzar la guerra, Hans Blix, jefe de Inspectores de la ONU, y Mohamed El Baradei, director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, informaron al Consejo de Seguridad que no habían encontrado "ningún indicio" de este tipo de armas y reclamaron más tiempo para que los inspectores siguieran trabajando. Más cerca, el capitán de navío Basilio Martí Mingarro, que durante años trabajó como inspector en Irak para Naciones Unidas, declaró a un periódico que creía imposible que Sadam contase con este tipo de armas. En el pulso que los gobiernos de EE.UU., Gran Bretaña y España mantuvieron con la ONU para que esos "pequeños detalles" no estropeasen la decisión ya tomada de invadir Irak, más de diez millones de personas se lanzaron a las calles de 400 ciudades de todo el mundo para reclamar que no se iniciase una guerra a todas luces ilegal. Pero entonces, lo de escuchar "la voz de la calle", que ahora tanto se reclama desde el principal partido de la oposición, no se llevaba.
Que la rectificación de Aznar es tardía es evidente. Sus amigos Bush y Tony Blair ya lo hicieron hace dos años. Lo que cabe preguntarse es si es suficiente. El partido que con justicia reclama a los terroristas arrepentimiento sobre sus brutales actos y reconocimiento y resarcimiento a las víctimas, debería exigir a Aznar que junto a la asunción del error hiciera acto de contrición y pidiera perdón a las miles de víctimas producidas y a sus familias. También a los millones de ciudadanos españoles y a sus representantes legítimos ante quienes empeñó su palabra desde las cámaras de televisión y en el Congreso de los Diputados. Y podría también disculparse ante quienes, por millones, se manifestaron en contra de su guerra y fueron tildados entonces de "pancarteros" "que ladraban su rencor por las esquinas", en palabras del propio Aznar.
Una democracia no exige políticos listos pero sí responsables. Y si esa responsabilidad no se ejerce en su debido tiempo -todos nos equivocamos- al menos cabe pedir que se asuma con dignidad el error y no se despache con argumentos de chascarrillo. Si no, habrá que reconsiderar la última propuesta de Rajoy y pensar que para ser presidente de Gobierno habría que exigir algo más que ser español y mayor de edad.
Isaías Lafuente