MADRID 9 Mar. (OTR/PRESS) -
Como es la segunda vez que sucede en las dos últimas oportunidades de proceder a la elección de las nuevas Cortes, es muy probable que el ciudadano esté perfectamente sobre aviso, y que no caiga en la tentación a la que pudieran querer llevarle los crímenes terroristas, hoy mismo como hace cuatro años: los terroristas no determinan el voto, por más que lo desearían. Tampoco se sabe, por lo menos en esta ocasión, a favor de quién estaba este crimen, y si podría beneficiar a Rajoy o a Zapatero, y acaso a ninguno de los dos.
Lo cierto es que el atentado terrorista ha venido a ser la última razón para que los ciudadanos nos movilicemos y hagamos expresión de nuestra voluntad en las urnas, al margen de algunas torpezas reseñables. Por ejemplo, la de Ignacio Astarloa, de querer "marcar el tanto en el último minuto del partido" de forzar a los socialistas y restantes grupos del parlamento, todos, de que se retirara la autorización para dialogar con la banda terrorista. Ese empleo de un clima originado por el crimen en favor de la propia política antiterrorista, resultó a más de uno, torpe, deshonesto y ajeno a toda prudencia y a la unidad de los partidos que se pretendía. Astarloa forma parte del grupo que, con Acebes y Zaplana, más han torpedeado las "nuevas maneras" de Rajoy y que en mayor medida mantuvieron la tesis de la conspiración en el 11-M. Es una falta de sentido que Rajoy no hubiera prescindido hace tiempo, posiblemente cuando perdió las elecciones de hace cuatro años, de elementos de esta naturaleza y de tan notable falta de destreza política. La unidad de los partidos se hizo imposible por causa de esa voluntad de imponer, finalmente, su voluntad a la de todos los restantes grupos parlamentarios, cuando ya el Congreso ha terminado sus tareas, y cuando será el siguiente, si le parece bien, el que habilite o no esa autorización u otra parecida, ya sea a Zapatero ya sea a Rajoy, y en razón de los argumentos y razones que aporten, que en todo caso deberán ser probadas y consensuadas.
Pero plantear ahora esa cuestión como condición para el consenso de los partidos después del crimen etarra, parece una equivocación mayúscula. Incluso no es improbable que haya estado entrado en razón Durán i Lleida, al proclamarse contrario a que la banda terrorista ETA hubiera forzado, en la tarde del viernes, el final anticipado de la campaña electoral, determinando la agenda de los políticos y de los ciudadanos decididos a participar en los mítines finales de la campaña. Es cierto que un mitin de más o de menos será perfectamente prescindible en una campaña tan prolongada. Pero, de nuevo, ¿por qué cederle a la banda ETA y a sus descerebrados con pistola las agendas de los ciudadanos y de sus dirigentes políticos?
Por lo demás, cabe esperar y suponer que la afluencia a las urnas volverá a ser hoy espectacular, y que, de verdad, consiga que culmine una legislatura atroz, durísima, de crispación permanente y continuada, que comenzó, y concluyó, con la resistencia a aceptar la decisión de los ciudadanos expresada en las urnas el 14 de marzo de 2004. Desde esa fecha hasta hoy mismo, muchos dirigentes populares, los de la imaginaria conspiración esencialmente, han sostenido que el PSOE llegó al poder por el impulso de los islamistas fanáticos de los trenes de cercanías, y no por sus propias torpezas en Irak, en el decretazo, en la inoperancia en la dirección de la lucha contra los terrorismos de Al Qaeda y en otros manifiestos y abultados errores: la boda de la niña Aznar, por ejemplo, la actitud soberbia del propio "rey Aznar"...
José Cavero.