Actualizado 26/11/2006 01:00

José Cavero.- Las indulgencias de los obispos

MADRID 26 Nov. (OTR/PRESS) -

En su lenguaje de cada día, la conferencia episcopal, no excluye que haya indulgencia de alguna clase para los etarras que se arrepientan. Quiere decir perdón, compasión, generosidad, probablemente. Lo de indulgencia recuerda el 'premio' que tenían determinadas jaculatorias o actos piadosos.

Bienvenidas sean las reflexiones que sus reverencias han efectuado sobre el diálogo con ETA. Están transidas y repletas de razón y buen juicio, aunque haya resultado arduo el consenso, y todo parece que han tenido que ceder, desde Rouco y Cañizares por la derecha, a los nacionalistas catalanes y vascos. De ese modo, ha resultado un documento razonable y no sectario, como llegó a temerse. No satisfará, por ello, a casi nadie: ni a quienes desearían acuerdos de paz con la banda ni a quienes abominan incluso de sentarse a una misma mesa con ellos. Ciertamente es del todo razonable y admisible que se sostenga que una banda terrorista no puede llegar a ser, en caso alguno, interlocutor político de nadie. Resulta evidente a cualquier mente razonable que ceder ante ETA legitimaría el terror. La Justicia quedaría herida si los terroristas lograran sus objetivos por medio de concesiones políticas. Por ello, los contactos con ETA deben ceñirse al final de la banda, a las circunstancias del cese de la violencia. Pero, al mismo tiempo, se observa que el Estado sí puede llegar a ser indulgente con los terroristas cuando éstos dejen la violencia. De ahí que los eventuales contactos de la autoridad pública con los terroristas han de excluir todo lo referente a la organización política de la sociedad y ceñirse a la desaparición de ETA, dicen en una instrucción pastoral, en la que rechazan que una sociedad libre y justa pueda tener a ETA como interlocutor político y consideren objetivamente ilícita cualquier colaboración con los terroristas y con quienes les apoyan. Los eventuales contactos con ETA, insisten, deben ceñirse a su desaparición.

Claro está que hay un aspecto no considerado en la doctrina episcopal: ¿Qué cabe hacer con el brazo político de la banda terrorista, representación democrática y en cada convocatoria electoral de unos cuantas decenas de miles de ciudadanos? Ellos quizá pudieran dialogar, con toda probabilidad y hasta condicionar. De otro lado, los obispos exigen en su pastoral que los partidos antepongan la unión contra el terrorismo a sus diferencias. A estas alturas, ese otro diálogo resulta poco menos que imposible. Se ha llegado muy lejos, y sólo la ruptura del proceso de diálogo pudiera reconciliar a partidarios y contrarios.

Algún informador revela que el presidente de la conferencia, Blázquez, impuso su voluntad de diálogo para conciliar las distintas sensibilidades en torno al texto. No sé si el propio Blázquez sería capaz de sentar a la misma mesa sobre estas materias a Zapatero y a Rajoy, a Otegi y a Patxi López e Imaz y lograr el acuerdo de los Uriarte con Cañizares y Rouco.

José Cavero

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