MADRID 10 Sep. (OTR/PRESS) -
Esta es una fase delicada en cualquier precampaña electoral: estamos en el momento en el que los aparatos de los partidos pactan con sus correspondientes líderes las listas de candidatos con los que concurrirán a mítines y a urnas. Luego llegarán esos mítines, y la aparición de "extraños" o forasteros: Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy quieren estar muy presentes en la campaña catalana para dar su apoyo a las correspondientes filiales: el PSC de Montilla y el PPC de Alicia Sánchez Camacho, respectivamente. Esta operación suele hacerse muy meditadamente, por razón de las reacciones adversas que se suelen producir en los partidos "del lugar", particularmente los nacionalistas, CiU y ERC, que ven operaciones "coloniales" en estas apariciones externas.
De ello puede deducirse lo que observa Enric Juliana, en su crónica de La Vanguardia: que los dos grandes mastodontes de la política española seguirán la campaña con prismáticos, es decir, a distancia y con gran interés por su desenlace estratégico. Añade Juliana que PSOE y PP comparten tres motivos para afrontar el 28 de noviembre con cierta finura. A saber: deben evitar que crezca la animosidad del electorado catalán respecto a sus siglas (en el caso del PSOE, un mayor desgaste de la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, que hace seis años estaba en lo más alto del pedestal; en el caso del PP, ser señalado como Barrabás cuando se decida el Gobierno de España); influir en el nuevo mapa político catalán, si la partida no se salda con una mayoría absoluta; y, por encima de todo, estar en condiciones de poder imaginar la próxima legislatura española con el partido vencedor en Catalunya, si se cumple el pronóstico de las encuestas y Convergencia i Unió regresa al gobierno.
Luego, revela el cronista, que "a principios de año, totalmente atrapado por la crisis económica, Rodríguez Zapatero pidió a José Montilla que las elecciones catalanas se celebrasen antes del verano para despejar incógnitas y poder atravesar el peligroso desfiladero de los presupuestos del 2011 con el concurso de CiU. Montilla le dijo que no. El presidente de la Generalitat se había impuesto como meta agotar la legislatura hasta el último día... Añade el cronista que Zapatero encajó la negativa, constató, una vez más, que el PSC no es la federación catalana del PSOE, y al cabo de unos meses se oyó un susurro en los pasillos de la Moncloa: "Que sea lo que el Tribunal Constitucional quiera". Si las elecciones se hubiesen adelantado, probablemente aún no conoceríamos la sentencia del Estatut. Altos cargos de la Administración socialista maldicen, aún hoy, el día en que Montilla se negó a adelantar las elecciones. El socialismo catalán ha empujado a Zapatero a los brazos del PNV, con la consiguiente reapertura de la carpeta vasca, a la que se suma ahora el alto el fuego de ETA. Patxi López vive sin vivir en sí".
Opina también Juliana que el PSOE no ama a Montilla, pero trabajará para evitar una debacle socialista en Cataluña. Bajo esta perspectiva hay que interpretar las iniciativas del Gobierno para reparar el Estatut mediante una hipotética descentralización de los órganos de gobierno del Poder Judicial. Y en cuanto al PP, cobrado el rédito de la sentencia del Estatut, la línea de Rajoy será "analgésica": tender puentes, rebajar inflamaciones y rezar para que Artur Mas necesite al PP en la votación de investidura. En la campaña catalana aún está todo por decir...