MADRID 13 Nov. (OTR/PRESS) -
Recuerdo el estremecimiento que sentí cuando leí en el ensabanado cartel de un balcón de París la palabra "grève". En España vivíamos bajo la Dictadura y la mención de la huelga era algo parecido a la palabra Bastilla. Mañana parece que se celebra una huelga general, pero la liturgia de acompañamiento es menos enfática que de costumbre, y Cándido Méndez y Fernández Toxo, sin restarles un adarme de su importancia jerárquica, parecen esa pareja familiar que en los concursos televisivos aparecían como "amigos y vecinos de Madrid".
La huelga general parece ya uno de esos acontecimientos previsibles que se celebran una vez al año, como las fallas de Valencia, y donde todo parece previsto, desde las llamaradas a la vigilancia de los bomberos, desde las batallas del porcentaje de participación al melancólico día siguiente, donde ya solo quedan cenizas y el recuerdo de una lágrima rodando por la mejilla de la fallera mayor.
Corren malos tiempos para la lírica, pero no son mejores para las huelgas generales, y no te digo para las revoluciones, sobre todo cuando faltan ideas, y los líderes sindicales que protestan por los 20 días de despido por año trabajado, acaban de despedir a sus trabajadores ateniéndose a la norma contra la que protestan.
Corren malos tiempos para los desahucios, y hasta los banqueros, que llevan desahuciando toda la vida, sin que se les haya alterado la digestión, prefieren hacer caso al poder político que, por cierto, ha actuado como un Hugo Chavez cualquiera, tal que si las leyes no tuvieran que aprobarse antes en el Parlamento.
Mañana dicen y comentan que hay huelga general, parece que sí, bajan las temperaturas y para compensar se propone un otoño caliente, según el correspondiente programa de fiestas sindical.