Luis del Val.- Pasajeros bajo sospecha.

MADRID 14 Nov. (OTR/PRESS) -

El atentado terrorista más grave de España, con casi doscientas víctimas mortales, se llevó a cabo en unos trenes de cercanías, pero donde se han incrementado las medidas de seguridad ha sido en los aviones. Es algo así como si el Ministerio de Sanidad, ante la aparición de una pandemia de tuberculosis, decidiera llevar a cabo una gigantesca campaña para la prevención del reuma, o como si el Ministerio del Interior, ante un alarmante incremento de los atracos a las joyerías, decidiera tomar cartas en el asunto y empleara a casi todos sus agentes en la persecución de los delitos informáticos. Lo deslumbrante no es la palmaria inconsecuencia, sino la sumisa aceptación de los pasajeros que nos desprendemos de los cinturones con paciente mansedumbre, y no nos bajamos los pantalones, porque no se le ha ocurrido todavía a la incoherente autoridad.

El otro día, en un avión de Vigo a Madrid, quedamos detenidos más de una hora en la pista, con la prohibición emplear los teléfonos. Cuando le dije a la sobrecargo que si no podíamos abandonar la nave, ni podíamos comunicarnos, aquello era lo más parecido a un secuestro, corrió a hablar con el comandante quien le transmitió que, si yo quería, podía bajarme. Y perder el vuelo, claro. Se empieza por confundir la ensaimada de Mallorca con un arma terrorista, y se termina en la satrapía descarada con amparo reglamentario.

En los trenes de cercanía puedo subir con un garrafón de diez litros, lleno de lo que me dé la gana, incluso de gasolina, pero a un avión no puedo acceder con una botella de agua mineral. Tan ostensible estupidez se acata con obediente docilidad, y las excepciones que nos permitimos algún comentario somos observados como gente insolidaria, digna de poca o ninguna confianza. Las evidencias son siempre las más complicadas de demostrar. Y esta incongruente, incómoda e ineficaz manera de luchar contra el terrorismo, es tan obvia que nadie la discute.

Luis del Val.