Actualizado 12/12/2006 01:00

Luis Del Val.- Todo por la pasta

MADRID 12 Dic. (OTR/PRESS) -

Ya se sabe que el último refugio de los canallas es la patria, pero no todos los dictadores son cleptómanos. En Iberoamérica parece que un dictador que no robe esté mal visto, y desde Perón a Trujillo, desde Stroessner a Somoza, pasando por Batista, parece que el santo y seña de los salvapatrias, no es el "todo por la patria", que se inscribe en la puerta de los cuarteles españoles, sino el "todo por la pasta".

La última fortuna que afloró gracias al sudor de la frente de los torturados fue la de Pinochet, cuya alma Dios recoja, porque aquí la verdad es que ya no nos hacía ninguna falta, y no sabemos mucho de Fidel Castro, porque otra de las características de los dictadores es que pueden ser ladrones, pero no cometen la gilipollez de contar sus latrocinios al primero que pase.

Franco, por ejemplo, no era demasiado trincón, y, más bien, permitía corruptelas a militares y allegados, pelotazos tipo Puerto Banús, sentaba a los generales en los consejos de Administración de las empresas públicas, y creo que se regocijaba de las pequeñas pillerías de familiares y parientes, lo cual casi es una prueba de contención para un individuo que gobernaba el país, como si fuera un cortijo de su propiedad. Incluso, en general, la Administración y sus funcionarios podemos decir que tenían un alto nivel de competencia, y no menor honestidad que la que podemos observar ahora.

Sin embargo, la regla es que los sacrificios que los dictadores están dispuestos a llevar a cabo para servir a su país, cuesten carísimos. Primero, en sangre y torturas, en libertad y vidas humanas, y, más tarde, en el plan de pensiones que todo citador que se precie se adjudica a sí mismo, en razón de los méritos contraídos que, a su juicio, son grandiosos. Tan grandiosos como el dinero que le roban al pueblo al que dedican su vida, su soberbia y sus freudianas venganzas.

Luis Del Val.

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