MADRID 2 Dic. (OTR/PRESS) -
Veo con emoción al Papa de Roma descalzo con el muftí de Estambul rezando en la Mezquita Azul de esa ciudad, un bellísimo monumento artístico, como Santa Sofía, también visitada por el Pontífice, y un importante centro religioso musulmán. Eso es en el curso de la visita de Benedicto XVI a Turquía, que tantas polémicas ha desencadenado en todo el mundo. Me parece sinceramente que el viaje ha estado lleno de gestos de humildad del sucesor de Pedro, que tiene en las manos las llaves del cielo. Pues Benedicto tiene en sus manos una llave importante para ayudar al diálogo de culturas -véase su encuentro con el patriarca ortodoxo- o a la Alianza de Civilizaciones, idea que poco a poco se va imponiendo, ahora en la OTAN, y que es trascendente, aunque muchos la quieran desvalorizar sólo porque la haya promovido el presidente Zapatero.
Estoy convencido de que de esa Alianza se pueden derivar más bienes para la Humanidad que de la reunión de las Azores, pongo por caso. Si de sabios es rectificar, el Papa Benedicto es un sabio de nuestros días. El Papa había cometido sonados y conocidos errores en relación con el Islam y con Turquía. Ha tenido la humildad de corregirlos y eso es un ejemplo para tantos dirigentes que se empecinan en no corregir los colosales errores que cometen. Pero hay que tener la generosidad y la independencia de criterio de valorar las acciones y las actitudes positivas incluso de aquellos a los que tantas veces hemos criticado por otros motivos.
Además, confío en que Benedicto XVI se anime y persevere en el camino de las correcciones, pues tiene por delante un largo trecho que recorrer. Mejor así que no esos documentos episcopales llenos de palabras y conceptos que a tantos creyentes nos dejan patidifusos. También nuestros prelados tienen muchas cosas que rectificar. Venga, que se animen, que seremos muchos los que les aplaudamos, cosa que siempre deseamos quienes actuamos con un sentido crítico de la vida y de los actos de los poderosos del mundo. De los poderosos de todos los poderes, claro.
Pedro Calvo Hernando