MADRID 3 Ene. (OTR/PRESS) -
La vuelta de ETA al terrorismo, al margen del dolor producido por el atentado de Barajas y de la conmoción que vivimos estos días como consecuencia de ello, apunta algunas consideraciones sobre su incidencia en el panorama político que van a tener vigencia durante mucho tiempo. A mí me parece obvio que la brutal decisión de ETA incide también directamente en su contra, al presentarla como una organización vacía de contenido político y de proyecto para el futuro. El 30 de diciembre, la banda terrorista colocó una gran muralla ante su propio futuro, que así no puede existir. Sus reivindicaciones políticas eran de antemano imposibles, pero es que ahora convierten en imposible la inserción de sus gentes en la normalidad democrática y condenan a sus presos, que son muchos en España y en Francia, a permanecer en las cárceles por el tiempo que marquen sus condenas. Es sorprendente que todavía no hayan comprendido que no podrán jamás imponer su voluntad al Estado democrático y que nada pueden esperar por el camino de la violencia.
La opinión pública española, incluida la vasca, después de esta infinita decepción, tardará años en normalizar sus ganas de que se negocie con los terroristas, que aparecen con credibilidad cero y que habrán dado a la derecha dura el gran argumento que le faltaba para sus designios negativistas. Claro que esta derecha dura nunca se planteará su cuota de responsabilidad en el insufrible bloqueo al proceso de paz, que tal vez no se reinicie nunca y menos cuando la situación de poderes cambie en España. El proyecto del presidente Zapatero era el único viable y se ha ido al traste. El tiempo hará ver claro esto a quienes ahora no quieren verlo y a quienes se sienten obscenamente satisfechos por el horizonte abierto tras el 30-D. Al presidente Zapatero siempre le quedará la tranquilidad de haber hecho todo lo posible y sin ninguna concesión inconfesable, ni siquiera con alguna medida penitenciaria como las que tomó el anterior Gobierno de Aznar en circunstancias similares. Y un sueño más que se volatiliza.
Pedro Calvo Hernando.