Actualizado 18/12/2014 12:00

Al margen.- El pollino de Lucena

MADRID 18 Dic. (OTR/PRESS) -

Pasa de todo, y casi todo chungo, pero dos sucesos recientes producen, pese a su extrema disimilitud, un similar escalofrío: el nombramiento de Rafael Hernando como portavoz parlamentario del Partido Popular, y el asesinato de un borriquillo de apenas cinco meses que hacía figuración en un Belén callejero de Lucena. Ambas cosas remiten, y a lo mejor por eso el escalofrío es de parecida naturaleza, al triunfo del energumenismo sobre la civilidad.

Rafael Hernando, de profesión "político", pues desde su más tierna edad no ha hecho otra cosa que vivir del Presupuesto, bien que en las últimas décadas en la modalidad de senador y diputado, no ha aportado a la política, al arte de la convivencia, nada que se sepa. Lo que sí se sabe es lo que no ha aportado: racionalidad, mesura, bonhomía, respeto, delicadeza, cordialidad, cultura. Rajoy, sin embargo, le ha premiado en los amenes de su Gobierno con un cargo que a su perfil le sienta como a un cura dos pistolas: portavoz del PP en el Congreso de los Diputados. Se ve que el individuo que dijo que la II República Española trajo un millón de muertos, o que los familiares de los desaparecidos sólo se acuerdan de ellos y de buscarlos por las cunetas cuando les dan subvenciones, es el tipo ideal para parlamentar con sus semejantes.

Impera de antiguo en España un energumenismo verbal, como el de Hernando en tantas de sus intervenciones públicas, y un energumenismo físico, de enorme desprecio al buen gusto y a la vida que se manifiesta particularmente en el maltrato a los animales. "Lucero", que así se llamaba el pequeño jumento del Belén de Lucena, sucumbió el otro día a la brutalidad de un tipo de 150 kilos que se arrojó sobre él, montándole. Hay fotos, pero a menos que uno quiera encenderse, no recomiendo su visión. El pequeño animal apenas destetado, la dulce criatura, fue reventada por ese obeso sin luces que, con su acción depravada, suponía estar haciendo una gracia.

Pasa de todo, y casi todo sin gracia, pero estos dos sucesos dejan, o será cosa mía, un duro rastro de desolación al pasar.

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