MADRID 28 Nov. (OTR/PRESS) -
Las víctimas del terrorismo etarra de la AVT, próxima al PP, insisten en su radical oposición al proceso de paz, "No en mi nombre", mientras reivindican la Constitución del 78. Están, como expresan en sus recurrentes manifestaciones sabatinas por los barrios altos de Madrid, contra toda clase de diálogo, de perdón, de reconciliación o de olvido, y presentan la lamentable circunstancia de que ETA no les haya pedido perdón por el mal inferido como el escollo insalvable que impedirá siempre su adhesión al incipiente proyecto de paz. No hace falta insistir en la obviedad, desde luego, de que esa asociación está en su derecho de pensar y actuar como le convenga, pero sí cabría exigirle, por la enorme carga sentimental que para la expresión de sus posiciones políticas utilizan, cierta congruencia con sus propios postulados.
¿Ignoran acaso que esa Constitución del 78 que idolatran se edificó precisamente sobre el olvido, y no sobre el perdón que los verdugos del régimen franquista nunca pidieron a los españoles, particularmente a sus víctimas más heridas y ultrajadas, los vencidos? Quienes no comulgaron con la fábrica de aquella Constitución labrada por el miedo, la amenaza y el ruido de sables, que, por lo demás, sirvió más como tabla de supervivencia del franquismo que como nave hacia la democracia plena al consagrar al sucesor designado por Franco como Jefe del Estado, la aceptaron, no obstante, por un insuperable esfuerzo de pragmatismo y de generosidad, reservándose el derecho, como es lógico, de luchar políticamente en el futuro, ya presente, contra sus limitaciones, sus perversiones y sus taras. Pero que quienes dicen defenderla y amarla, cual el caso de la AVT-PP, nieguen con semejante vehemencia sus principios, eso es algo que sólo puede entenderse en un país políticamente absurdo como el nuestro. Así las cosas, la cuestión radica en si estamos por la labor de consagrar el absurdo como norma suprema de convivencia, o no.
Rafael Torres.