MADRID 10 Jul. (OTR/PRESS) -
Emoción, bellas palabras y expresión de buenas intenciones en los actos de toma de posesión de los nuevos ministros, todos los cuales parecían ayer decididos a desmentir que ingresan, más que en un gobierno, en los primeros puestos, los de relumbrón, de la lista electoral del PSOE para los próximos comicios. Ojalá estén en lo cierto, y no se engañen ni nos engañen. Pero hay un modo, bien que sólo uno, de demostrar a la ciudadanía que vienen bien pertrechados (de voluntad, de entusiasmo, de convicción, de talento y de recursos) para servirla: refrendando inmediatamente con hechos sus palabras y sus buenas intenciones.
Así, por ejemplo, Bernard Soria, que es médico y hombre instruido, podría (debería, más bien) exhumar la ley contra el consumo desaforado de alcohol que su antecesora, en un acto de pusilanimidad inaceptable, enterró a las primeras de cambio por la reacción de los industriales interesados en que se beba mucho, no importa si los adolescentes o los niños. Carme Chacón, por su parte, podría (debería, más bien) recurrir a su reconocida empatía generacional con las víctimas de la especulación inmobiliaria (los jóvenes sin casa, pero no sólo los jóvenes) para plantarle cara de perro de una vez por todas, desterrando el temor o el escrúpulo a que los del ladrillo y sus mentores políticos la tachen de interevencionista, pues claro que el Estado está para intervenir a favor de los desheredados y equilibrar en beneficio de todos el uso y disfrute de las cosas. Y César Antonio Molina, el primer intelectual de verdad que accede al cargo de ministro de Cultura desde su creación, podría (debería, más bien) proyectar en el presente hacia el futuro el legado republicano del que es portador, esto es, el legado que impone las Luces, la Cultura, como requisito esencial de ciudadanía. Los escritores (y los músicos, los cineastas, los pintores, los bailarines...) necesitamos una sociedad que nos necesite, y no limosnas ni subvenciones.
Rafael Torres.